“No hago lo bueno que quiero hacer, sino lo malo que no quiero hacer” (Romanos 7:19).
Mi amigo Dennis juega de maravilla al golf. La mayoría de sus amigos de la iglesia, que vamos a veces a jugar con él, no somos para nada habilidosos, así que cada vez que Dennis tiene un mal día en el campo de golf todos nos sentimos un poquito mejor.
Los búnkeres de arena (obstáculos de arena que tiene el campo de golf) son una amenaza continua para un golfista. Estratégicamente situados en el campo de golf, amenazan con tragarse tu bola y hacen muy difícil volver al green. Si eres bueno con el palo, puedes salir del búnker de arena con un solo golpe. De hecho, cuando Dennis cae en uno de esos obstáculos arenosos, cosa que casi nunca sucede, con un solo golpe suele salir. Pero en una ocasión, todos nos sentimos entusiasmados al ver cómo Dennis enviaba la bola directamente a un búnker de arena que había a la izquierda de una calle cerca del hoyo. Dennis es un extraordinario vendedor de autos, así que sabe aparentar que todo va bien, por eso apenas pudimos distinguir su irritación. Cuando fue al búnker para intentar sacar su bola de allí, en lugar del golpe que suele hacer hizo una chapuza y su bola dio una vuelta extraña en el aire y volvió a caer en otro búnker de arena. Fue una escena increíble para todos nosotros, que todavía estábamos intentando encontrar nuestras bolas fuera de los límites del campo. Aplaudimos y Dennis se enojó bastante. Es obvio que Dennis no quería caer en el búnker de arena, sin embargo, allí estaba.
Pablo nos dice en su Carta a los Romanos que tiene una gran lucha. Esa lucha consiste en que hace lo que no quiere hacer. Supongo que a ti te habrá pasado lo mismo. ¿Cuántas veces te has encontrado cayendo en el mismo mal hábito que te habías propuesto abandonar? ¿O tal vez te has prometido no volver a tener sentimientos hacia esa persona que te ha hecho daño y ahí están otra vez? Estamos en una guerra. Tenemos las buenas intenciones, que vienen de Dios, de luchar contra nuestros malos hábitos y tendencias. Gracias a Dios que, a pesar de que la voluntad nos falla, podemos confiar en que Jesús conoce nuestro corazón y perdona nuestra debilidad. Demos gracias a Dios porque nos perdona cada vez que hacemos lo que no queremos hacer.