«Hermano, tu amor me ha alegrado y animado mucho» (Filemón 1: 7).
¿SABES QUÉ ES sentirse reconfortado? Hubo un joven muy especial que se sintió así, y su historia es de gran inspiración para nosotros, para que sepamos estar atentos a las necesidades de los demás. Esta historia ocurrió hace años durante unos Juegos Paralímpicos, que son las Olimpiadas para atletas con discapacidades.
Nueve jóvenes participantes con discapacidad mental se alinearon para la salida de la carrera de los cien metros planos. Al oír la señal, todos salieron corriendo lo más rápido que pudieron. Quizás a un atleta sin discapacidades no le pareciera mucha la velocidad que alcanzaban, pero para ellos estaba muy bien, pues se habían entrenado duro todo el año para superar sus limitaciones. Además, todos tenían un deseo inmenso de dar el máximo de sí mismos para ganar. Todos, absolutamente todos, querían llevarse la medalla de oro.
¡Oh, oh! A mitad de la carrera, uno de los corredores tropezó, se cayó al piso, dio varias vueltas y comenzó a llorar. Los Ocho corredores restantes podrían haberse alegrado, al fin y al cabo era un competidor menos. Sin embargo, ninguno se alegró. Al escuchar el llanto de un ser humano, aunque fuera la competencia, todos disminuyeron el paso y miraron hacia atrás. Vieron al muchacho en el suelo, se detuvieron y regresaron. ¡Todos!
Una de las muchachas, que tenía síndrome de Down, se arrodilló junto al corredor caído, le dio un beso en la mejilla y le dijo: «¿Listo? Ahora vas a ganar». Y fue así como los nueve entrelazaron sus brazos y caminaron juntos hasta la línea de meta. El estadio entero se puso de pie; se podía sentir la emoción. Los aplausos duraron largos minutos.
Habrás oído un montón de veces a tus padres y maestros decirte: «Lo importante no es ganar», y quizás aún no te han convencido. Pero es verdad. Ayudar a los demás tiene una recompensa mucho, pero mucho mayor, que ganar. Tiene la recompensa de una alegría enorme. Cuando reconfortamos a otro ser humano, nosotros somos los primeros reconfortados. Y por cierto, eso es lo que hizo Jesús por nosotros. Él es nuestra mano amiga. ¿Y tu mano? ¿Es amiga o competidora?