«Huyan del pecado sexual! Ningún otro pecado afecta tanto el cuerpo como este, porque la inmoralidad sexual es un pecado contra el propio cuerpo ‘ (1 Corintios 6:78, N TV).
De manera muy tímida y con poco apoyo, desde el 2002 se celebra el Día Internacional en contra de la Prostitución cada 5 de octubre. En 2005, el Instituto de Derechos Humanos de la Universidad de las Filipinas y la sede para Asia-Pacífico de la Coalición contra el Tráfico de Mujeres organizaron un evento para discutir también el Acta Contra el Tráfico de Personas, emitido en 2003.
El tráfico de mujeres y niños para explotación sexual es la actividad criminal de más rápido crecimiento mundial. Más de 20 millones de adultos y niños son traficados para ser vendidos como esclavos sexuales. Cerca de 2 millones de niños son explotados cada año en el mercado sexual global, Cerca de 6 de cada 10 sobrevivientes del tráfico fueron vendidos para explotación sexual. Las mujeres y las niñas componen el 98% de las víctimas de tráfico para explotación sexual.
Una víctima que fue raptada en Camboya testimoniaba: «Me forzaban a dormir con unos cincuenta clientes por día. Le tenía que dar todo mi dinero [a su proxeneta). Si no ganaba determinada suma de dinero, me quitaban la ropa y me golpeaban con un palo hasta que me desmayaba, o me electrocutaban y me cortaban». Los sobrevivientes cuentan historias de degradación diaria de la mente y del cuerpo. Son aislados, intimidados, vendidos como esclavos y sujetos a violencia física y sexual por sus traficantes. Además, corren mayor riesgo de contraer infecciones sexualmente trasmisibles como el sida. Muchas quedan embarazadas y son forzadas a abortar bajo condiciones insalubres.
Evidentemente, la crueldad humana es ilimitada. Es difícil de creer, no que el crimen organizado llegue a esos niveles de inhumanidad, sino que sea convalidado por millones de hombres «normales» que buscan estos «servicios» sexuales. Hombres con familias constituidas pagan por sexo con jovencitas.
La esclavitud sexual y la prostitución es el punto máximo al que lleva la pornografía: tratar a la mujer como un simple objeto de gratificación sexual. Se convierte en un cuerpo sexualmente atrayente, se la despersonaliza y termina siendo nada más que un objeto,
La Biblia, contrariamente, nos recuerda la dignidad de la mujer, y que nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo; contaminarlo con relaciones ilícitas es uno de los peores pecados, pues se convierte en auto contaminación.
Hoy, decidamos honrar a Dios con nuestro propio cuerpo, huyendo de toda clase de contaminación sexual, incluyendo la pornografía. MB