«Depositen en él toda ansiedad, porque él cuida de ustedes» (1 Pedro 5: 7, NVI).
Mamá estaba en terapia intensiva. Yo sostenía su mano y le explicaba suavemente la terrible verdad de que no habían podido extirpar su masa cancerígena. Eran noticias difíciles. Su hermano acababa de pasar por un tratamiento de cáncer: radiación, debilidad y enfermedad. Ella absorbió todo lo que dije, me miró pensativamente y me preguntó:
—¿Me iré en paz?
Acomodé su cabello y le acaricié el rostro, asegurándole que no estaría sola, y que los médicos se encargarían de que no sintiera dolor. Mamá, que no era una cristiana profesa, recientemente había comenzado a volver a escuchar antiguos himnos. Pero cuando una mujer del Ejército de Salvación pasó, mamá dijo:
—Quiero a uno de ellos.
Yo no entendí.
—¿Qué, mamá? ¿Qué es lo que quieres? —le pregunté,
—A ellos —me dijo con una sonrisita, señalando a la mujer.
Para cuando me di cuenta de que deseaba hablar con alguien del Ejército de Salvación, la mujer había desaparecido. Mamá se acomodó y se durmió. Esa fue nuestra última conversación. Luego de un par de días en que estuvo inconsciente, mamá falleció.
Tres semanas después, un domingo de madrugada, como a las cuatro, me desperté repentinamente. ¡NO me había dado cuenta antes de lo que mamá me había pedido! ¿Buscar a aquella mujer habría sido su forma de buscar a Dios? Su pregunta: «¿Me iré en paz?» no tenía nada que ver con si sentiría dolor o si su familia estaría con ella… ¡Mamá se estaba preguntando si Dios la aceptaría! Podría haberla ayudado a hacer las paces con Dios, pero me había perdido la oportunidad.
Salí de la cama y caminé de un lado al otro de la cocina, sosteniéndome sobre la mesada, con lágrimas corriendo por mi rostro. Me dolía la cabeza. Una y otra vez sacudía la cabeza, sin poder creer mi propia estupidez. «Oh, Dios, ¡me lo perdí! ¡Me lo perdí!» Y entonces lo escuché. Esa suave voz me dijo: «Sí. Pero yo no».
Jesús estuvo allí. Vio a mamá, que lo buscaba, y estuvo allí para ministrar por ella. Yo me perdí la oportunidad, pero mi Jesús no. Su dulce paz la calmó. Nuevas lágrimas caían por mis mejillas. ¡Él se preocupa! i Yo sé que él se preocupa! Él se preocupó por mamá, se preocupa por mí, y también se preocupa por ti,