«Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo». Lucas 10: 18
CON GRAN OSTENTACIÓN de prudencia, los rabinos habían amonestado al pueblo contra la aceptación de las nuevas doctrinas enseñadas por este nuevo maestro; porque sus teorías y prácticas contradecían las enseñanzas de los padres. El pueblo dio crédito a lo que enseñaban los sacerdotes y fariseos, en lugar de procurar entender por sí mismo la Palabra de Dios. Honraba a los sacerdotes y gobernantes en vez de honrar a Dios, y rechazó la verdad a fin de conservar sus propias tradiciones. Muchos habían sido impresionados y casi persuadidos; pero no habían obrado de acuerdo con sus convicciones, y no eran contados entre los partidarios de Cristo. Satanás presentó sus tentaciones, hasta que la luz les pareció tinieblas. Así muchos rechazaron la verdad que hubiese tenido como resultado la salvación de su alma.
El Testigo verdadero dice: «Yo estoy a la puerta y llamo» (Apoc. 3: 20). Toda amonestación, reprensión y súplica de la Palabra de Dios o de sus mensajeros es un llamamiento a la puerta del corazón. Es la voz de Jesús que procura entrar. Con cada llamamiento desatendido se debilita la inclinación a abrir. Si hoy despreciamos las impresiones del Espíritu Santo, mañana no serán tan fuertes. El corazón se vuelve menos sensible y cae en una peligrosa inconsciencia en cuanto a lo breve de la vida frente a la gran eternidad venidera. Nuestra condenación en el juicio no se deberá al hecho de que hayamos estado en el error, sino al hecho de haber descuidado las oportunidades enviadas por el cielo para que aprendiéramos lo que es la verdad.
Al igual que los apóstoles, los setenta habían recibido dones sobrenaturales como sello de su misión. Cuando terminaron su obra, volvieron con gozo, diciendo: «Señor, hasta los demonios se nos sujetan en tu nombre!». Jesús respondió: «Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo» (Luce 10: 17-18).
Escenas pasadas y futuras se presentaron a la mente de Jesús. Vio a Lucifer cuando fue arrojado por primera vez de los lugares celestiales. Miró en el futuro las escenas de su propia agonía, cuando el carácter del engañador sería expuesto a todos los mundos.
Más allá de la cruz del Calvario, con su agonía y vergüenza, Jesús miró hacia el gran día final, cuando el príncipe de las potestades del aire será destruido en la tierra durante tanto tiempo mancillada por su rebelión. Contempló la obra del mal terminada para siempre, y la paz de Dios llenando el cielo y la tierra.—- El Deseado de todas las gentes, cap. 53, pp. 464-465.