«Por medio de estas cosas nos ha dado preciosas y grandísimas promesas para que por ellas lleguéis a ser participantes de la naturaleza divina habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de las pasiones». 2 Pedro 1: 4
MIGUEL ES JOVEN y apuesto. Hijo de una buena familia, tiene todo lo que un joven, a su edad, necesita: casa, estudio, auto, amigos, libertad. Sus padres son de aquellos que confían tanto en el hijo, que lo dejan libre los fines de semana. Él sale cada sábado de noche con una chica diferente. En las fiestas, es el centro de las atenciones, el más conversador, el sueño de las chicas. Lo que nadie sabe es que Miguel lucha contra tendencias homosexuales. Él no quiere ser así; sabe que esa no es la voluntad de Dios. Miguel dice ser cristiano. Otro caso. Claudio es casado, y tiene dos hijos.
Es respetado y admirado en su trabajo; sus hijos se sienten orgullosos de él; su esposa sonríe de alegría por tener un esposo como él. Por donde Claudio va, las personas lo rodean y lo abrazan: es el fiel retrato del éxito. Pero ese retrato no muestra a Claudio en la oscura madrugada. Amparado por las sombras, se transforma en un surfista de las ondas de Internet; esas ondas lo llevan a sitios pornográficos: es un adicto. Y, no obstante, es un líder religioso. ¿Cuál es la semejanza entre Claudio y Miguel? ¿La doble vida? ¿La intención de esconderse? ¿La vida en la penumbra? Puede ser. Pero el versículo de hoy habla de una promesa: esta promesa es la que une a Claudio, a Miguel, a ti y a mí. La promesa es esta: tú puedes ser partícipe de la naturaleza de Cristo, y libre de las corrupciones de este mundo. ¿Podemos lograrlo? Si preguntáramos a Claudio y
a Miguel, dirían: «¡No veo cómo! ¡Ya lo intenté! Ya luché, ya lloré; pasé noches en oración, ayuné. ¡Y sigo siendo un pobre pecador! El verbo «dar», en el versículo de hoy, proviene del griego dedoretai. Es usado para destacar que recibes sin merecer, sin tener el derecho. Ser compañero de Cristo, y libre, es algo que no merecemos: lo recibimos solo porque lo aceptamos. ¡Aceptar es ejercitar la fe!A Claudio, a Miguel, a ti y a mí, Dios nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegáramos a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo.