«El que no pernzanece unido a mí, es arrojadofuera, como se hace con el sarmiento improductivo que se seca; luego, estos sarmientos se amontonan y son arrojados alfuego para que ardan». Juan 15: 6, LPH
JUDAS NO FUE TRANSFORMADOy convertido en una rama viva por su unión con la Vid verdadera. Este vástago seco no se adhirió a la Vid hasta transformarse en una rama viva y fructífera. Puso de manifiesto que era un injerto que no llevaba fruto, un injerto que no se unió fibra a fibra, vena a vena, con la Vid, participando de su vida.El sarmiento separado y seco puede llegar a unirse a la cepa solo al participar de la vida y el alimento de la Vid viviente, al ser injertado en la vid, y al ser puesto en la relación más estrecha posible con ella. […] El vástago se afirma bien de la vid que le da la vida, hasta que esta se transforma en la suya propia, y produce frutos semejantes a los de la vid.— Review and Herald, 16 de noviembre de 1897.«Yo soy la vid», dijo Cristo, «ustedes los pámpanos» (Juan 15: 5, RVC).
Aquí se nos presenta la relación más íntima que sea posible concebir. Injértese la rama sin hojas en la cepa floreciente, y se convertirá en un sarmiento vivo que saca savia y nutrición de la vid. El sarmiento se aferra a la vid con todas y cada una de sus partes, hasta que brota, florece y lleva fruto. La rama sin savia representa al pecador. Cuando está unido a Cristo, el corazón se une con el corazón del Salvador, lo débil y lo finito
a lo santo e infinito, y el creyente llega a ser uno con Cristo.—— Testimonios para la iglesia, t. 5, p, 557, adaptado.La rama aparentemente seca, al unirse a la vid viviente, llega a formar parte de ellas El pecador, muerto en sus delitos y pecados, debe experimentar un proceso Similar. Así como el injerto recibe vida cuando se une a la vid, el pecador participa de la naturaleza divina cuando se relaciona con la Divinidad. Cuando estamos así unidos, las palabras de Cristo habitan en nosotros, y no somos ya impulsados por Sentimientos compulsivos’ sino por principios vivos y permanentes.—- Testimonios para la iglesia, t. 4, p. 348.