«Perdonaré todas sus iniquidades con que contra mí pecaron». Jeremías 33: 8
“A MEDIDA QUE los libros de las memorias se van abriendo en el juicio, las vidas de todos los que hayan creído en Jesús pasan ante Dios para ser examinadas por él. Empezando con los que vivieron primero en la tierra, nuestro Abogado presenta los casos de cada generación sucesiva, y termina con los vivos. Cada nombre es mencionado, cada caso cuidadosamente investigado. Habrá nombres que serán aceptados, y otros rechazados. En caso de que alguien tenga en los libros de memoria pecados de los cuales no se haya arrepentido y que no hayan sido perdonados, su nombre será borrado del libro de la vida, y la mención de sus buenas obras será borrada de los registros de Dios. El Señor declaró a Moisés: «Al que peque contra mí, lo borraré yo de mi libro» (Exo. 32: 33), Y el profeta Ezequiel dice: «Si el justo se aparta de su justicia, y comete maldad […] ¡Ninguna de las justicias que hizo le serán tenidas en cuenta!» (Ezequiel 18: 24).
A todos los que se hayan arrepentido verdaderamente de su pecado, y que hayan aceptado con fe la sangre de Cristo como su sacrificio expiatorio, se les ha escrito el perdón frente a sus nombres en los libros del cielo; como llegaron a ser partícipes de la justicia de Cristo y su carácter está en armonía con la ley de Dios, sus pecados serán borrados, y ellos mismos serán juzgados dignos de la vida eterna. El Señor declara por el profeta Isaías: «Yo, yo soy quien borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados» (Isa. 43: 25). Jesús dijo: «El vencedor será vestido de vestiduras blancas, y no borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre y delante de sus ángeles» (Apoc. 3:5). «A cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, yo también lo confesaré delante de mi Padre que está en los cielos. Y a cualquiera que me niegue delante de los hombres, yo también lo negaré delante de mi Padre que está en los cielos» (Mat. 10: 32-33),
Todo el más profundo interés manifestado entre los seres humanos por los fallos de los tribunales terrenales no representa sino débilmente el interés manifestado en los atrios celestiales cuando los nombres inscritos en el libro de la vida desfilen ante el Juez de toda la tierra. El divino Intercesor aboga en favor de todos los que han vencido por la fe en su sangre para que se les perdonen sus transgresiones, a fin de que sean restablecidos en su morada edénica y coronados con él coherederos del «señorío de antaño» (Miq. 4: 8).— El conflicto de los siglos, cap. 29, pp. 474-475.