«Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús» (Filipenses 2: 5).
Tenemos dos gatos: una hembra llamada Alaska, y un macho de nombre Rascal. En una mudanza reciente, Alaska se puso de muy mal humor; de hecho, ¡desarrolló una mala actitud gatuna! Los primeros días en el nuevo hogar estaba muy irritable y perseguía a Rascal sin razón alguna. En serio; él estaba en la suya y ella, sin causa ni advertencia, corría hacia él, le bufaba y gruñía, y lo mordía. Él la miraba como diciendo: «¿Y yo qué hice?». i Tenía una muy mala actitud! Afortunadamente, disminuyó luego de unos días y todo volvió a la normalidad. Estoy agradecida porque los gatos puedan acostumbrarse relativamente rápido a nuevos entornos.
Esta experiencia me hizo pensar en la mala «actitud gatuna» que a veces desarrollamos nosotras. Es fácil estar de mal humor cuando nos sentimos mal. ¿Alguna vez observaste a un niño hacer una rabieta, y descubriste que la razón es que se sienten mal? A los adultos también puede ocurrirnos lo mismo. Ya sea que estemos enfermos o abrumados por pruebas y tentaciones, cuando hay más dinero que sale que el que entra, o incluso cuando alguien dice o hace algo que no nos gusta, podemos desarrollar una mala actitud. Si observamos el tiempo suficiente, seguramente veremos algo por lo cual sentirnos infelices o enojadas.
Pero ¿es esa la actitud que Jesús quiere que tengamos? iPor supuesto que no! Filipenses 2: 5 nos dice: «La actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jesús» (NVI). Jesús nunca estaba irritable ni era hiriente si las circunstancias eran negativas. Su espíritu y su comportamiento siempre estaban llenos de gracia, compasión, amor y dignidad. Él desea que nosotras tengamos ese mismo espíritu, incluso en los momentos difíciles.
¿Cómo podemos tener el mismo espíritu dulce que Cristo tiene? Efesios 4: 23 declara que podemos cambiar nuestra mentalidad nuestras actitudes. Y 2 Corintios 5: 17 nos dice que somos nuevas criaturas en Cristo, y nuestra antigua conducta ya ha pasado. Luego, 2 Corintios 3: 18 menciona: «Por tanto, nosotros todos‘ mirando con el rostro descubierto y reflejando como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en su misma imagen, por la acción del Espíritu del Señor». ¡Esa es la clave! Debemos contemplar a Jesús en su Palabra y ser transformadas a su imagen, su actitud; y dejar de lado nuestra propia mala actitud.