«Fueron halladas tus palabras, y yo las comí. Tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón; porque tu nombre se invocó sobre mí» (Jeremías 15: 16).
EL 23 de octubre de 2012, Jamaica comenzó a recibir advertencias de que el huracán Sandy podría «visitarnos». Como siempre, no estaba segura de cómo orar. Veces anteriores en que habíamos orado pidiendo protección, los huracanes nos habían pasado por alto, generalmente en detrimento de Haití o Cuba. De cualquier forma, oré «a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos» (Efe. 3: 20).
El miércoles supimos que Sandy vendría. Hice planes de supervivencia básica, y pedí al Señor que protegiera mi propiedad, ya que él declara: «Porque yo sé muy bien los planes que tengo para ustedes, planes de bienestar y no de calamidad» (Jer. 29: ll, NVI). Mientras pasaba Sandy, veía grandes árboles junto a mi casa que se mecían salvajemente, a causa del viento y la lluvia, que incrementaban en fuerza. Pero sentí paz. «No se inquieten por nada», había dicho Dios. «Más bien, en toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, cuidará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús» (Fil. 4: 6-7, NVI).
La preocupación no disipa la tormenta; Dios nos da promesas que podemos reclamar. Tengo que admitir que a veces me preocupo, en lugar de tener fe. Me reconozco culpable por no soltar las riendas, para simplemente observar cómo el Padre trae la calma. El huracán Sandy menguó cerca de la puesta del sol. Al inspeccionar, mi techo estaba intacto y no había entrado agua por ninguna parte. Todos mis electrodomésticos estaban funcionando, aunque el setenta por ciento de la isla estaba sin electricidad.
Al mirar las imágenes televisadas de la devastación, vi muchos rostros en desesperación. Las posesiones personales habían sido destruidas. Los vientos, el agua y los árboles caídos habían demolido muchos hogares. En dos lugares, rocas como proyectiles habían caído sobre las casas. Aunque estaba triste por lo que veía, también estaba agradecida porque tan solo una persona había perecido.
Había memorizado las promesas que cité más arriba, repitiéndolas cada mañana en mi culto personal, y luego las reclamé el 24 de octubre de 2012. Luego de eso, surgieron mis oraciones de gratitud. Me sentía bendecida y muy favorecida.