«Había allí un hombre llamado Simón, que antes había practicado la brujería y que había engañado a la gente de Samaria haciéndose pasar por una persona importante.
Simón, al ver que el Espíritu Santo venía cuando los apóstoles imponían las manos a la gente, les ofreció dinero, y les dijo: Denme también a mí ese poder, para que aquel a quien yo le imponga las manos reciba igualmente el Espíritu Santo»» (Hechos 8: 9-19).
Yo fui el peor mago de la historia. Había leído todo lo que había logrado encontrar acerca de personajes como Houdini o David Copperfield. Dediqué incontables horas al estudio de trucos de magia y aprendí a hacer varios trucos de cartas, monedas, e incluso a hacer desaparecer pañuelos. Me compré todo el material necesario: barajas de cartas trucadas, pulgares falsos… Preparé la «escena» utilizando una caja de cartón dada la vuelta y pintada de morado con estrellas y un gran letrero que anunciaba: «Gregorio el magnífico» en letras de color rojo. Cuando por fin todo estuvo listo, reuní a mi familia y a mis amigos para el gran estreno y empecé mi primer truco. Por desgracia, no salió como esperaba y tuve que hacer cuatro intentos para averiguar qué carta había elegido el voluntario. Ei truco de la cuerda fue un fracaso total, porque mi hermano pequeño me había quitado la pieza clave, Incluso mi gran final, un truco con un globo que tenía que atravesar con agujas, fracasó estrepitosamente cuando lo exploté, entre las carcajadas del público.
El mago Simón, de Samaria, debió de sentirse igual cuando Felipe llegó a la región Y comenzó a hacer rnagia «real». Felipe sanaba a la gente de sus enfermedades y echaba fuera demonios, Simón quería ese poder y estaba dispuesto a pagar por tenerlo. Rogó a Pedro que se lo vendiera, pero Pedro le dijo: ( ¡Que tu dinero se condene contigo, porque has pensado comprar con dinero lo que es un don de Dios! (Hechos 8: 20).
Este don del Espíritu Santo no se recibe así como así. Uno no logra conectarse con Dios adivinando las palabras adecuadas o calculando el número correcto de horas que debe asistir a la iglesia. No es un truco, es una relación. Es para gente que quiere encontrar el sentido de la vida a través del Creador. No se trata de salir a comprar los dones de Jesús sino de aceptarlos con humildad y ponerlos en práctica.