«Jesús le dijo: «Tampoco yo te condeno; ahora, vete y no vuelvas a pecar»» (Juan 8: 1 1).
La luz apuntándome directamente a los ojos fue la primera pista que tuve de que nos habían descubierto. Mi novio y yo nos habíamos ido del partido de baloncesto para I besarnos a hurtadillas, creyendo que habíamos sido muy listos. ¿Cómo podían seguirnos la pista si todo el mundo estaba viendo el partido? Pues la decana era más lista de lo que pensábamos porque, en cuestión de minutos, estaba dando vueltas por la universidad, buscándonos. Divisó nuestras siluetas entre los arbustos y se acercó a donde estábamos besándonos, por lo que no hubo manera de mentir ni lugar en el que escondernos. Habríamos elegido un lugar mejor para ocultarnos de saber que nos iban a descubrir tan rápido. Pasamos la semana siguiente castigados y sin poder vernos.
Cuando los dirigentes de la iglesia descubrieron a la mujer del versículo de hoy, estaba haciendo algo más que besarse con alguien.¡La sorprendieron cometiendo adulterio! No estoy segura de qué hicieron con el hombre, , Bueno, sí, ¡nada! A ella, en cambio, la llevaron ante Jesús para que la apedrearan, En lugar de agarrar una piedra, Jesús escribió en la tierra. Cuando se levantó y dijo que aquel que estuviera libre de pecado lanzara la primera piedra, todos se vieron atrapados: sus pecados estaban escritos en el piso. Uno a uno se fueron marchando en silencio, hasta que solo quedaron Jesús y la mujer. Sin embargo, Jesús no era como aquellos hombres. Él no había pecado nunca, él era el único hombre que podría haberla apedreado, pero hizo algo increíble: no la condenó sino que le dio una gracia inmerecida. Le dijo: «Cambia tu manera de actuar, limpia tu vida, deja atrás tus pecados».
Sigue siendo común juzgar a los demás y pensar que Dios nos da licencia para hacer Io que queremos. Pero ¿sabes qué es lo curioso de la gracia? Que te transforma. Cuando realmente te das cuenta de que eres un desastre y de que no mereces tal regalo, la gracia crea en ti el deseo de ser una persona mejor. Si Dios te dejara tal y como eres, vivirías atrapado en tus pecados para siempre. Cuando Dios te salva, quiere que disfrutes de una
nueva vida, y la única manera de hacerlo es dejando atrás el pecado. Darte cuenta de que recibes una gracia inmerecida puede transformar tu corazón.