«Cuando una mujer de mala vida, que vivía en el mismo pueblo y que supo que Jesús había ido a comer a casa del fariseo, llegó con un frasco de alabastro lleno de perfume. Llorando, se puso junto a los pies de Jesús y comenzó a bañarlos con lágrimas. Luego los secó con sus cabellos,
los besó y derramó sobre ellos el perfume» (Lucas 7: 37, 38).
Memoriza el Texto clave y luego considera este comentario de Glynnis Whitwer: «Esta adorable hija de Dios le ofreció absolutamente lo mejor a Jesús, a pesar de los temores y dudas que pudo haber tenido.
•Su temor no la detuvo: «¿Qué van a pensar de mí? Ellos saben quién soy».
•Su vergüenza no la detuvo: «No soy digna de acercarme a Jesús».
•Sus sentimientos de insignificancia no la detuvieron: «Es solo un pequeño perfume, y ni siquiera es el mejor».
•El grupo de personas importantes ni siquiera la detuvo: «No pertenezco a este grupo. Esas personas le pueden ofrecer más a Jesús».
Nada detuvo a esta mujer de mostrarle amor y gratitud a Jesús por la vida nueva que le ofreció. Darle a Jesús lo mejor que tenemos no siempre significa bienes materiales. Estoy convencida de que a Jesús le gustó, más que el perfume,
el corazón agradecido y amoroso de la joven que se lo dio».2
¿Siempre le das lo mejor a Jesús? ¿O acaso le dejas las sobras de tu tiempo, talentos y recursos? ¿Puedes seguir el ejemplo de María y demostrar un amor extraordinario hacia el Salvador?