«Los cielos cuentan la gloria de Dios, el firmamento proclama la obra de sus manos» (Salmo 1: 1, NVI).
¿SABÍAS QUE si la fuerza de la gravedad no fuera exactamente la que es, no podríamos estar vivos los seres humanos ni existirían los planetas y las estrellas? ¿Sabías que si se alteraran en lo más mínimo las constantes que mantienen las mareas donde están, no podría haber vida en la Tierra porque el agua lo cubriría todo? ¿Sabías que si la distancia del sol respecto a nosotros fuera mayor de la que es, haría tanto frío que no podríamos vivir? ¿Y que si esa distancia fuera menor de lo que es, nos abrasaríamos de calor?
¿Y sabías que si la luz viajara a mayor velocidad las estrellas serían demasiado luminosas para que la vida en la Tierra pudiera subsistir? ¿O que si la velocidad de la luz fuera menor, las estrellas no serían lo suficientemente luminosas para que pudiera haber vida en nuestro planeta?
Ahora fíjate cómo son las cosas: a pesar de todas estas evidencias de la existencia de un Dios que diseñó y creó el universo, que mantiene nuestra galaxia en órbita, y que puso al ser humano en la Tierra, muchísimos millones de seres humanos niegan la Creación y prefieren creer en la evolución. Es increíble.
Cuando yo observo todo esto, me se siento tan pequeñita… Es como si el cielo hablara y me dijera: «Dios te ha creado, y te ama tanto que hace que todo esté en su debido lugar para conservarte la vida». Y si el universo puede, con su majestuosidad, expresar así el amor de Dios, yo debo agradecerle por haberme dado la vida, y debo dar testimonio de él.
«Lo invisible de Dios se puede llegar a conocer, si se reflexiona en lo que él ha hecho. En efecto, desde que el mundo fue creado, claramente se ha podido ver que él es Dios y que su poder nunca tendrá fin. Por eso los malvados no tienen disculpa» (Romanos 1: 20).