Pónganse toda la armadura de Dios para poder mantenerse firmes contra todas las estrategias del diablo» (Efesios 6:1 1, NTV).
o es la montaña más alta, tampoco la más difícil, pero ese 18 de septiembre de 1987, Jerzy Kukuczka se sentía eufórico. A 8.013 metros sobre el nivel del mar; tenía una vista espectacular. Había llegado a la cima del Shisha Pangma abriendo una nueva ruta. Pero además, con esta cumbre, se convertía en la segunda persona en lograr los «14 ochomiles», las 14 cimas que están por encima de los 8.000 metros. Además, no es el único récord que ostenta, sino además es el único en conquistar cuatro ochomiles en invierno.
De origen polaco, Kukuczka comenzó con la espeleología, pero pronto se pasó al alpinismo. Desde el comienzo, rompió récords. En 1979 comenzó la serie de ochomiles, con el monte Lhotse (8.501 metros), sin la ayuda de oxígeno. En siete años y medio, terminó con las 14 cimas más altas del mundo, solo un año después de que el italiano Reinhold Messner lograra por primera vez esa hazaña.
Aunque le costaba más tiempo que a otros aclimatarse, una vez que lo lograba, su resistencia física y psíquica lo hacía un alpinista implacable; por esto, es considerado el mejor escalador de todos los tiempos. Sorprendentemente, a la dureza de sus expediciones se añadía el asfixiante clima político de la Polonia comunista y los continuos problemas económicos. No tenía patrocinadores y todo su equipamiento era pobrísimo, de segunda mano o construido por él.
El material inadecuado lo llevó a la muerte cuando, al intentar la ascensión por la dificilísima pared sur del Lhotse y a una altitud de unos 8.200 metros, a escasos metros de la cima, la cuerda se rompió, pues la había adquirido de segunda mano en un mercado de Katmandú. Ese error le costó la vida. A semejante altitud, no puedes darte el lujo de dejar esos «detalles» librados al azar.
Como cristianos, muchas veces cometemos ese error. Confiamos en nuestras propias fuerzas, capacidad, inteligencia, nuestro instinto de supervivencia, nuestra intuición, nuestra habilidad para salir de situaciones peligrosas. Nos adentramos en «parajes» peligrosos de este mundo, donde debemos luchar «contra fuerzas poderosas de este mundo tenebroso y contra espíritus malignos de los lugares celestiales Así, el apóstol Pablo nos insta a utilizar toda la armadura de Dios contra el diablo: el cinturón de la verdad, la coraza de la justicia, el calzado de la paz, el escudo de la fe, el casco de la salvación y la espada del Espíritu.
Una fe de segunda mano no nos protegerá en esta lucha sin cuartel. Hoy, vístete toda la armadura, y Dios hará de ti un vencedor MBç