«Jehová conoce el camino de los justos, más la senda de los malos perecerá» (Salmo l: 6).
Hablo envía un mensaje a dos mujeres trabajadoras fieles e importantes en la iglesia que, aparentemente, no se estaban llevando bien. Ellas estaban bajo la dirección del Espíritu Santo y eran bien conocidas. Aunque desconozcamos la razón de la discusión, sabemos que Pablo pidió a una tercera persona que interviniera y ayudara a encontrar una resolución. El apóstol dijo: «Ruego a Evodia y también a Síntique que se pongan de acuerdo en el Señor» (Fil. 4: 2, NVI). La iglesia primitiva no podía seguir creciendo si no había unidad de pensamiento y de acción entre sus miembros. Las peleas, fueran cuales fueran las razones, dividirían a los miembros y perjudicarían la obra,
Evodia y Síntique eran mujeres como tú y yo: soñadoras, trabajadoras dedicadas a la causa de Dios, pero sujetas a imperfecciones. Las muchas responsabilidades pueden dejarnos cansadas y vulnerables a la irritabilidad. Las fricciones pueden llevar a la angustia. Algunas veces, así como en esta experiencia del Nuevo Testamento, una tercera persona tiene que ayudar a resolver la situación y traer reconciliación. La reconciliación restaura el equilibrio en nuestras relaciones. Aunque no sabemos cómo terminó esa historia bíblica, quiero creer que estas dos mujeres hicieron las paces y continuaron la obra del ministerio.
El consejo de Dios a través de Pablo (ver Fil. 4: 2) sigue vigente. La reconciliación tiene que ser uno de los ingredientes de nuestro «pan diario», ya que es la clave para el éxito de cualquier institución o relación personal. El mundo está compuesto por diferentes personas, con diferentes opiniones y conductas. A esta mezcla, agrégale el estrés de la vida diaria y el cansancio físico de las demandas que se nos imponen. Tarde o temprano, esto se convierte en una receta para un ataque de nervios… y egos vulnerables. Entonces, los desacuerdos son casi inevitables. Afortunadamente, podemos agregar el ingrediente del perdón, que hace milagros en cualquier desacuerdo.
Justo después del perdón, viene la reconciliación, que restaura la relación. Tanto el perdón como la reconciliación tienen que ver con quebrar el orgullo propio. Esto es posible si invitamos a Jesús a que sea la «tercera persona» que ayude a resolver un desacuerdo y traiga esa reconciliación.
Querida amiga, si el hoy trae a tu corazón algo que necesitas resolver con otra persona, hazlo sin demoras. Pide a Jesús que te bendiga y fortalezca. ¡Él estará junto a ti!