Levantándose de allí, se fue a la región de Tiro y de Sidón; y entrando en una casa, no quiso que nadie lo supiese; pero no pudo esconderse. Marcos 7:24.
Había espías en cada rincón, en cada tienda, en cada barca, detrás de cada casa y por toda la playa, ¿De qué otra manera podrían saber todas y cada una de las cosas que hacía yo, desde la mañana hasta la noche? La isla de Ebeye, donde viajé como estudiante misionera, es muy pequeña. Apenas tiene un kilómetro y medio de longitud, pero en ella viven más de doce mil personas, haciendo de la isla uno de los lugares con mayor densidad de población del mundo. Visto así, uno puede pensar que es fácil pasar desapercibido por allí, pero no lo es.
«Señorita, ¿por qué compró usted tantas papas anoche?», me preguntaron mis alumnos en clase/ a pesar de que ninguno estaba en la tienda donde yo había comprado. «Maestra, ¿por qué ayer volvió a casa caminando por la playa?» «¿Por qué iba leyendo un libro en el barco cuando fue a buscar agua?» Estaba claro que yo era la única pasajera. ¿Quizás esto sucedía porque yo era maestra en una de las escuelas más grandes de la isla? ¿O tal vez porque era una de las seis personas en toda la isla con el pelo rubio? ¿Cómo podían saber cada uno de mis movimientos? Tenían que ser espías.
A una escala mayor, así fue la vida de Jesús. Cuando entraba en una ciudad, fuera la hora que fuera, la gente lo estaba esperando. Incluso cuando intentaba mantener su presencia en secreto, no lo lograba. La gente se agrupaba a su alrededor, llevándole enfermos a cientos y esperando escuchar palabras de su boca. Cuando recibió la noticia de que su primo había sido decapitado, Jesús se alejó para llorar, pero el gentío Io siguió y terminó enseñando y alimentando a cinco mil, Jesús buscaba soledad y descanso pero era incapaz de decirle a nadie que se fuera sin haberlo atendido. La gente se sentía atraída hacia él como si fuera un imán: cuanto más tiempo pasaba con ellos, más deseaban quedarse. Nunca se cansaban de Jesús.
Es difícil imaginar algo así, Nosotros raramente buscamos estar con Jesús; difícilmente emociona, o nos sentimos atraídos por su Palabra. ¿Cuál es el secreto para lograrlo? El oecreto es sencillamente empezac Jesús aún tiene
Propiedades magnéticas, de manera que cuanto más tiempo
Pases en su presencia, más lo desearás. Es imposible cansarse de él.