«Respondiendo él, dijo: No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos Y ella dijo: Sí, Señor; pero aun los perrillos comen de las migajas que caen de la Mesa de sus amos» (Mateo 15:26, 27).
El 15 de septiembre de 1935 fue un día históricamente triste. En esa jornada, se proclamaron en Alemania las llamadas «leyes de Núremberg», que privaban a los judíos de la ciudadanía alemana. En el marco de la guerra inminente y de la ascendente xenofobia de Hitler, la población alemana —gracias a estas leyes— quedó dividida en dos: por un lado, los «ciudadanos» del Reich; y por otro, los «súbditos», las minorías de sangre no germana. Definitivamente, no era grato estar en este segundo grupo, ya que estaban privados de cualquier derecho constitucional.
Estas leyes formarían parte de una serie de medidas extremas para exterminar a los judíos. El espeluznante Holocausto estaba a las puertas.
Pero recuerda: no hay razas indeseables; sí hay personas indeseables en todas las razas,
Antes de alzar tu voz y repudiar estos hechos —que, desde luego, son totalmente repudiables—, piensa que en la época de Jesús, el pueblo de Dios consideraba como «nada» a las personas no judías. Si, actualmente, le dices a alguien que es «gentil», sin duda no lo tomará a mal; una persona gentil es alguien amable y educado. Sin embargo, en el Nuevo Testamento, «gentil» es un término despectivo. Proviene de «gen» y se puede traducir como «gentuza».
Las personas religiosas de la época de Jesús tenían orgullo espiritual; claramente, se consideraban superiores y exclusivamente elegidos. Los discípulos de Jesús también creían esto. Pero, el Maestro de Galilea tenía una lección magnífica para enseñarles. Haciéndose eco de las tradiciones de su tiempo, Jesús respondió de manera irónica a esta mujer sirofenicia, que pedía sanidad para su hija endemoniada. Le respondió que el «pan del cielo» (es decir, las bendiciones de Dios) no era para los «perros». La mujer, con plena comprensión del contexto cultural y del tono de la respuesta de Jesús, sabiamente argumenta que hasta los perritos reciben el pan que cae de la mesa. Jesús premia su fe y le otorga la petición.
Hoy puede ser un día histórico si aprendes a no discriminar al otro por su color de piel, su religión, su raza o su estatus social.
«Las castas son algo aborrecible para Dios. Él desconoce cuanto tenga ese carácter. A su vista las almas de todos los hombres tienen igual valor. […] Sin distinción de edad, estatus, nacionalidad o privilegio religioso, todos están invitados a ir a él y vivir» (Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes, pp. 375, 376). PA 273