«Instruye al niño en su camino, y ni aun de viejo se apartará de él»,Proverbios 22: 6
PADRES, tienen responsabilidades que nadie puede llevar por ustedes. Mientras vivan serán responsables ante Dios de mantenerse en su camino Los padres que hacen de la Palabra de Dios su guía, y que comprenden cuánto sus hijos dependen de ellos para la formación de su carácter, les darán un ejemplo que les resultará seguro seguir.
Los padres y las madres son responsables de la salud, el estado físico y el desarrollo del carácter de sus hijos. A nadie más se debe confiar la tarea de atender esta obra. Al llegar a ser padres, les corresponde cooperar con el Señor en la tarea de educar a sus hijos en los sanos principios.
¡Cuán triste es que muchos padres hayan desechado la responsabilidad que Dios les dio con respecto a sus hijos, y quieran que personas extrañas la lleven en su lugar! Es conveniente que otros trabajen en favor de sus hijos y los alivien de toda carga al respecto.
Por alguna razón a muchos padres no les gusta tener que dar instrucción cristiana a sus hijos. Dejan que obtengan en la Escuela Sabática el conocimiento que ellos mismos debieran comunicarles acerca de su responsabilidad ante Dios. Estos padres necesitan comprender que Dios desea verlos educar, disciplinar y preparar a sus hijos recordándoles siempre el hecho de que están formando su carácter para la vida presente y para la eternidad.
Padres, no dependan de los maestros de la Escuela Sabática para que instruyan a sus hijos por el camino que deben andar. La Escuela Sabática es una gran bendición, puede ayudarlos en su obra, pero nunca podrá reemplazarlos. Dios encargó a todos los padres y madres la responsabilidad de conducir a sus hijos a Jesús y de enseñarles a
orar y a creer en la Palabra de Dios. En la educación de sus hijos no pongan a un lado las grandes verdades de la Escritura, suponiendo que la Escuela Sabática y el pastor harán Ja parte que les toca a ustedes. La Biblia no es demasiado sagrada ni sublime para que se Ja abra a diario y se la estudie con diligencia.— El hogar cristiano, cap. 29, pp. 177-179.