«El Señor no ve las cosas de la manera en que tú las ves La gente juzga por las apariencias, pero el Señor mira el corazón» (1 Samuel 16:7, NTV).
Aunque existen desde hace mucho tiempo, se considera que el primer Concurso Mundial de Belleza moderno se realizó en la pequeña ciudad de Spa, Bélgica, el 19 de septiembre de 1888.
Es imposible datar el comienzo de los certámenes de belleza, pero lo cierto es que han existido de diversas formas en el mundo clásico. En la antigua Troya, se los consideraba una clase de entretenimiento, cuyo jurado estaba conformado por artistas, filósofos, poetas e incluso guerreros, todos ilustres. En el Imperio Otomano, los gobernantes organizaban competencias para determinar cuál de las esposas de su harén era más bella. Y en las fiestas paganas de toda Europa se elegía anualmente a una joven hermosa para que fuera símbolo de fertilidad, por su apariencia.
El verano de 1888, se anunció en Spa que se escogería a «la joven más bella del planeta», en un concurso de belleza, y se las animaba a enviar algunas fotografías junto con una breve descripción escrita. Recibieron 350 solicitudes, de las que el jurado (mayormente masculino) escogió 21 para competir en la etapa final presencial. Esa etapa final, sin embargo, no sucedió sobre las pasarelas, sino a puertas cerradas. En esa ocasión, una joven de 18 años de Guadalupe, Francia, resultó vencedora.
Hoy, hay miles de concursos de belleza alrededor del mundo, incluyendo los cuatro más grandes: Miss Mundo, Miss Universo, Miss Internacional y Miss Tierra. Miles de jovencitas tratan de adaptarse al biotipo de belleza de moda, sin importar las consecuencias. Sacrifican tiempo, dinero, y hasta salud, para alcanzar los estándares de belleza impuestos. Miles de adolescentes sufren de anorexia pues el actual concepto de belleza impone una delgadez casi mortuoria sobre la mujer. Paradójicamente, aquellas damas más «rellenitas», grandes desplazadas e incluso maltratadas por la moda actual, hasta hace solo unas décadas eran el estándar de belleza para su generación.
Parte de nuestra estima propia proviene de la mirada del otro. Sin embargo, somos nosotros mismos quienes decidimos hasta qué punto los cánones de beIleza actuales influirán sobre nuestra autoestima. Debemos agradecer que Dios no mira la apariencia externa, que en cierta medida no podemos cambiar, sino que mira nuestro corazón, nuestro carácter, que depende enteramente de cómo lo cultivemos,
Hoy, trata de ir más allá de las apariencias. Atraviesa la barrera de la moda, y descubre la persona que está detrás de esa fachada, al relacionarte con quienes te rodean. MB