«También sobre los siervos y las siervas derramaré mi espíritu en aquellos días» (Joel 2: 29).
Cuando terminamos de acomodar las cosas en nuestro nuevo hogar, miré por la ventana e imaginé cómo serían nuestros vecinos. ¿Nos darían la bienvenida? ¿Cómo nos relacionaríamos con ellos y cómo podíamos ser de influencia mediante nuestro testimonio? Hablé de esto con Rutinha, mi fiel empleada, que más que una simple empleada es mi compañera de oración, una amiga confiable, con quien comparto mis preocupaciones.
Unos días después, tuve que hacer un viaje. Cuando volví, la sonrisa de Rutinha me llamó la atención. Creí que debía significar algo. «Pareces muy feliz», le dije. Y me contó que estaba estudiando la Biblia con el Dr. Carlos. «¿Quién es el Dr. Carlos?», pregunté. Y también me pregunté a mí misma: «¿Cómo puede una persona semiiletrada explicar la Biblia a un doctor?».
Entonces Rutinha me contó que el médico era nuestro vecino de enfrente; y me contó la historia. Un día, a causa del calor, estaba en la cocina con la puerta abierta, cuando de repente un hombre entró casi sin aliento pidiendo ayuda para esconderse, porque su esposa quería matarlo. Luego de que Rutinha le ofreciera un vaso de agua, él le contó la triste realidad de su matrimonio. Entonces, ella lo invitó a orar, asegurándole que Dios podía ayudarlo a resolver sus problemas. Con palabras simples, pero llena de fe, Rutinha entregó el drama a Dios, segura de que él actuaría. El Dr. Carlos, más calmado, pero muy avergonzado, pidió disculpas por los inconvenientes. Pero Rutinha le aseguró que había sido un privilegio para ella orar con él y lo invitó a estudiar la Biblia. Le dijo que, a través del estudio de la Palabra de Dios, él y su esposa podrían encontrar paz.
Rutinha y yo comenzamos a estudiar la Biblia con esa querida pareja, y con el tiempo pudimos ver la transformación que Dios estaba llevando a cabo. Cuando surgían problemas, incluso problemas profesionales, el Dr. Carlos me pedía permiso para orar con Rutinha. Y cuando oraban, se iba consolado y en paz.
Comprendí entonces lo que escribió Elena G. de White: «No tiene límite la utilidad de aquel que, poniendo el yo a un lado, deja obrar al Espíritu Santo en su corazón, y vive una vida completamente consagrada a Dios» (El Deseado de todas las gentes, cap. 25, p. 222).