«Así también ustedes, las esposas, sométanse a sus esposos, para que, si algunos de ellos no creen en el mensaje, puedan ser convencidos, sin necesidad de palabras, por cl comportamiento de ustedes».1 Pedro 3: 1, DHH
CUANDO CRISTO está en el corazón, forma también parte de la familia. El padre y la madre comprenden cuán importante es vivir en obediencia al Espíritu Santo para que los ángeles celestiales, quienes sirven a los que han de heredar la salvación, los atiendan como maestros en el hogar y los eduquen y preparen para la obra de enseñar a sus hijos. Es posible tener en el hogar una pequeña iglesia que honre y glorifique al Redentor.
Padres, hagan atractiva la vida cristiana. Hablen de la ciudad donde establecerán su hogar los que siguen a Cristo. Mientras hagan esto, Dios guiará a sus hijos a toda verdad, llenándolos del deseo de hacerse idóneos para las mansiones que Cristo ha ido a preparar para los que lo aman.
Los padres no deben obligar a sus hijos a llevar una religión externa, sino presentarles de una manera atractiva los principios eternos.
Por su buen ánimo, su cortesía cristiana y su amor compasivo, los padres han de hacer atractiva la religión de Cristo; pero tienen que ser firmes al exigir respeto y obediencia. Los principios correctos deben quedar establecidos en la mente del niño.
Necesitamos presentar a los jóvenes un incentivo para hacer el bien. No bastan para ello la plata ni el oro. Mostrémosles el amor, la misericordia y la gracia de Cristo, la preciosidad de su Palabra y los goces del vencedor. Mediante estos esfuerzos se hará una obra que durará por toda la eternidad.
Algunos padres, aunque profesan ser cristianos, no recuerdan a sus hijos el hecho de que tenemos que servir a Dios y obedecerle, sin que las conveniencias, los placeres o las inclinaciones nos impidan cumplir lo que él requiere de nosotros. «El principio de la sabiduría es el temor de Jehová» (Prov. l: 7). Este hecho debe entretejerse con la vida misma y el carácter. El concepto correcto de Dios por el conocimiento de Cristo, quien murió para que fuéramos salvos, ha de inculcarse en la mente.— El hogar cristiano, cap. 54, pp. 311-312.