Jesús dijo: Padre perdónalos, porque no saben lo que hacen. Lucas 23:34
Destrozado y magullado, ensangrentado y apenas capaz de andar, Jesús atravesaba las multitudes burlonas cargando esa pesada cruz en su espalda. Acababa de soportar la peor noche de su vida, rogando a Dios que no le hiciera pasar por aquello. Después fue arrestado. Sus amigos huyeron o lo traicionaron. Pasó las primeras horas de la mañana en falsos juicios, soportando mentiras, insultos y burlas. Lo torturaron. Las mismas personas que lo habían aclamado días antes, ahora estaban furiosas y pedían a gritos su muerte. Eligieron a un asesino para liberarlo en su lugar. Reconoció a un viejo conocido entre la multitud: Satanás, enardeciendo a la turba. Sus demonios gritaban salvajemente, avivando el odio contra Jesús. Estaba a punto de morir. Sus manos de carpintero, que habían creado y bendecido, pronto serían bruscamente extendidas sobre un trozo de madera astillada. Atravesarían la delicada piel de sus muñecas y tobillos con clavos. Mientras soportaba un dolor insufrible, los soldados sorteaban sus ropas. Desnudo, con frío y aparentemente abandonado por Dios, sentía que su vida acababa. Pero él no pensaba en sí mismo.
Mientras arrastraba aquella cruz por las calles y las mujeres lo seguían llorando, él se acercaba a ellas, tratando de decirles que no lloraran por él, sino por sí mismas, por lo que pronto sucedería en Jerusalén. Sujetado por clavos y sintiendo dolor con cada respiración, concedió la salvación inmediata al ladrón que estaba junto a él simplemente porque se lo pidió. Mirando hacia abajo a la multitud, vio a su propia madre, la mujer que le había enseñado a caminar, a hablar, a vestirse, y pidió a Juan que cuidara de ella. A pesar de que los soldados romanos lo estaban crucificando, oró para que Dios les perdonara su ignorancia. Pensó en la gente ese día. Pensó en ti y en mí. En sus últimos momentos, nos amó.
El carácter de Dios nunca se ha visto más claramente que en aquellas horas tras el arresto, el juicio y la crucifixión de Jesús. No es cruel, ni se enoja fácilmente. Es un Dios de amor, de principio a fin. Cada acción suya, cada pensamiento, incluso durante el peor dolor imaginable, es de amor. Si tienes dificultades para sentir el amor de Dios, vuelve a repasar las escenas finales de la vida de Jesús, y date cuenta de que todo lo hizo por ti.