«Porque el Señor […] tiene compasión de sus pobres. […] Grabada te llevo en las palmas de mis manos; tus muros siempre los tengo presentes» (Isaías 49: 13, 16, NVI)
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Las relaciones son tesoros muy frágiles. Pueden fallar por diferentes razones: un malentendido, un conflicto sin solución, un miedo originado en relaciones pasadas. . . Todo esto debilita una nueva inversión en la intimidad. A veces una persona hiere a otra tendiéndole trampas y engaños. Por estas y muchas otras razones es que amistades, sociedades laborales, matrimonios y familias se disuelven.
Trabajar con mujeres de diferentes culturas me ha ayudado a entender cómo enfrentar el dolor causado por estas experiencias de ruptura; y cómo recuperarse de él y aceptar que se puede utilizar el dolor para bendecir a otras mujeres. He aprendido que cuando una relación significativa falla, una parte de nosotras muere con ella. Cuando nuestras relaciones se rompen, nuestros corazones también se rompen. Estamos de duelo. Buscamos maneras de entender qué sucedió. Queremos saber cuál fue el error. Y anhelamos encontrar sanidad para nuestro corazón roto.
Parte del proceso de sanidad que necesitamos para recuperarnos de una relación rota es experimentar la compasión de Dios y su fidelidad para con nosotras. «Cada mañana se renuevan sus bondades; ¡muy grande es su fidelidad!» (Lam. 3: 23, NVI). Dios no nos dejará ni nos olvidará. Cuando nuestras pérdidas nos abruman, podemos acudir a él para obtener ánimo y compasión. Dios promete nunca olvidarnos. «He aquí que en las palmas de las manos te tengo esculpida; delante de mí están siempre tus muros» (Isa. 49: 16). Me gusta la frase «delante de mí están siempre tus muros». Estos muros representan los muros de Jerusalén, que fueron destruidos completamente en la época de Isaías. Para afirmarnos con palabras de esperanza, Dios dice que tiene presentes incluso nuestros muros: nuestro dolor, nuestras pérdidas, nuestros miedos, nuestro quebrantamiento, nuestra preocupación y nuestro sufrimiento. ‘[Qué promesa tan poderosa! Dios ve nuestros muros. Dios sabe. Dios se preocupa.
Ya que tenemos tan buenas nuevas, ¿cómo podemos compartirlas con las damas quebrantadas que nos rodean? Podemos alcanzarlas con compasión y comprensión. Que la próxima vez que una persona quebrantada se acerque a las puertas de nuestra iglesia o de nuestro ministerio, pueda sentir nuestra compasión, nuestra Comprensión y la cálida bienvenida que Jesús le está dando. Sueño con que, al crecer en su gracia, hagamos nuestro el ministerio de reflejar su amor y compasión ante quienes nos rodean.