«El Señor afirma: «Ustedes son «tus testigos, mis siervos, que yo elegí»». Isaías 43: 10, DHH
NOSOTROS SOIS MIS TESTIGOS, dice Jehová» (Isa. 43: 10). Por la gracia de Dios tenemos el privilegio el ser llamados testigos suyos. De manera que, si somos testigos, hemos de hablar en nombre de Cristo, y exaltarlo ante todas las personas con quienes nos relacionemos. Cuando vemos que el ardor y el celo religioso de cualquiera de los nuestros se enfría, debemos ayudarle y animarlo, orar con él y por él, para que pueda ser un verdadero testigo de Dios.
Hemos de ser el instrumento por medio del cual el Señor hable a lo más íntimo de las personas. Se nos recordarán verdades sublimes, y con el corazón rebosante del amor de Jesús, hablaremos palabras de vital interés y trascendental importancia. Nuestra sencillez y nuestra sinceridad constituirán nuestra mayor elocuencia, y en los libros del cielo se registrarán nuestras palabras como semejantes a «manzanas de oro incrustadas en plata» (Prov. 25: 11, DHH). Dios transformará lo que digamos en una corriente de influencia celestial, despertará convicciones y deseos, y Cristo añadirá su intercesión a nuestras oraciones, y pedirá para el pecador el don del Espíritu Santo, y lo derramará sobre él. Y así «hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente» (Luc. 15: 10).—— The Youth’s Instructor, 4 de mayo de 1893.
La obra más importante, el asunto supremo, el que debiera atraer y ocupar nuestras energías, es la de salvar las almas por las cuales Cristo murió. Hagamos de ello lo primero y más importante de nuestra vida. Convirtámoslo en el propósito esencial de nuestra existencia. Cooperemos con Cristo en esa grande y noble tarea, y convirtámonos en misioneros en nuestro país y en todo el mundo.— The Youth’s Instructor, 4 de mayo de 1893.