«Y ustedes, padres, no hagan enojar a sus hijos, sino más bien edúquenlos con la disciplina y la instrucción que quiere el Señor». Efesios 6: 4, DHH
EL ESPOSO Y PADRE es cabeza de la familia. Es justo que la esposa busque en él amor, comprensión y ayuda para la educación de los hijos, pues son de él tanto como de ella. Y el esposo tiene tanto interés como la esposa en el bienestar de sus hijos. Los hijos buscan sostén y dirección en el padre, el cual necesita tener un concepto correcto de la vida y de las influencias y compañías que han de rodear a su familia. Ante todo, debería ser dirigido por el amor y temor de Dios y por la enseñanza de la Palabra de Dios, para poder encaminar los pasos de sus hijos por el buen camino.
El padre es el legislador de su familia y, a semejanza de Abraham, debe hacer de la ley de Dios la regla de su hogar. Dios dijo de Abraham: «Yo sé que mandará a sus hijos, y a su casa» (Gén. 18: 19). En la casa del patriarca no habría descuido culpable en cuanto a reprimir el mal; no se verían favoritismos débiles, imprudentes e indulgentes, ni se sacrificarían las convicciones respecto al deber en atención a afectos equivocados. No solo Abraham daría buenas instrucciones, sino que conservaría la autoridad de las leyes justas y rectas. El Señor ha dado reglas para nuestro gobierno. No se debe permitir que los niños se aparten de la senda segura trazada en la Palabra de Dios, para ir por los caminos peligrosos que existen en el mundo. Hay que refrenar sus malos deseos y corregir sus malas inclinaciones bondadosamente, pero con firmeza, perseverancia y oración.
El padre debe hacer que las virtudes más nobles sean la regla de su hogar: la energía, la integridad, la honradez, la paciencia, la diligencia y el sentido práctico. Y lo que exija de sus hijos ha de practicarlo él mismo, dando ejemplo de dichas virtudes con su comportamiento varonil.
Pero, padres, no desalienten a sus hijos. Combinen el cariño con la autoridad, la bondad y la empatía con la firme disciplina. Dediquen a sus hijos algunas de sus horas libres; acérquense a ellos; asóciense con ellos en sus trabajos y juegos, y ganen su confianza. Cultiven su amistad, especialmente la de sus hijos varones. De este modo ejercerán sobre ellos una poderosa influencia para el bien. I
En cierto sentido, el padre es el sacerdote de la familia, en cuyo altar se ofrece el sacrificio matutino y vespertino, Pero la esposa y los hijos deben unirse con él en la oración y en el canto de alabanza.— El ministerio de curación, cap. 33, pp. 273-274.