«Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová, tu Dios, te da». Éxodo 20: 12
ESTE ES EL PRIMER mandamiento con promesa. Está en vigencia para los niños y los jóvenes, para los adultos y los ancianos, No hay etapa en la vida en que los hijos se hallen excusados de honrar a sus padres. Esta solemne obligación rige para cada hijo e hija y es una de las condiciones impuestas para que su vida se prolongue en la tierra que el Señor dará a los fieles. Este no es un asunto indigno de atención, sino que es de vital importancia. La promesa se hace a condición de que se obedezca el mandamiento. Si usted obedece, vivirá mucho tiempo en la tierra que el Señor le va a dar. Si desobedece, su vida no se prolongará.
Se debe a los padres mayor grado de amor y respeto que a ninguna otra persona. Dios mismo, que les impuso la responsabilidad de guiar las almas puestas bajo su cuidado, ordenó que durante los primeros años de la vida, los padres ocupen el lugar de Dios respecto a sus hijos. El que desecha la legítima autoridad de sus padres, desecha la autoridad divina. El quinto mandamiento no solo requiere que los hijos sean respetuosos, sumisos y obedientes a sus padres, sino que también los amen y sean tiernos con ellos, que alivien sus cuidados, que protejan su reputación, y que los ayuden y consuelen en su vejez.
Dios no puede prosperar a aquellos que obran directamente en contra del deber tan claramente especificado en su Palabra, a saber, la obligación de los hijos hacia sus padres Si les faltan el respeto y deshonran a sus padres terrenales no respetarán ni amarán a su Creador. Cuando los hijos tienen padres incrédulos, cuyas órdenes contradigan lo que Cristo requiere, entonces, por doloroso que sea, tienen que obedecer a Dios y confiarle las consecuencias. I
Introduzcan en el círculo del hogar cuantos rayos de sol, amor y afecto puedan contener. Sus padres apreciarán estas pequeñas atenciones que puedan otorgarles. Sus esfuerzos por aligerar sus cargas, y por evitar toda palabra de ira e ingratitud, demuestran que no son hijos insensatos, y que aprecian el cuidado y el amor que les dieron durante los años de su infancia cuando eran criaturas que no podían valerse.
Niños, ustedes necesitan que sus madres los amen. De lo contrario, serían muy desgraciados. ¿No conviene asimismo que los hijos amen a sus padres El hogar cristiano, cap. 50, pp. 286-288.