«No se inquieten por nada; más bien, en toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias». Filipenses 4: 6, NVI
EN CADA FAMILIA debería haber una hora fija para el culto matutino y vespertino. ¿No conviene a los padres reunir en derredor suyo a sus hijos antes del desayuno para agradecer al Padre Celestial por su protección durante la noche, y para pedirle su ayuda y cuidado durante el día? ¿No es propio también, cuando llega el anochecer, que los padres y los hijos se reúnan una vez más delante de Dios para agradecerle las bendiciones recibidas durante el día que termina?
El padre, o en su ausencia la madre, debe presidir el culto y elegir un pasaje interesante de las Escrituras que pueda comprenderse con facilidad. El culto debe ser corto. Cuando se lee un capítulo largo y se hace una oración larga, el culto se torna fatigoso y se siente alivio cuando termina. Dios queda deshonrado cuando el culto se vuelve árido y fastidioso, cuando carece tanto de interés que los hijos le temen.
Padres y madres, cuiden de que el momento dedicado al culto familiar sea en extremo interesante. No hay razón alguna porque no sea este el momento más agradable del día. Con un poco de preparación podrán hacerlo interesante y provechoso. De vez en cuando, introduzcan algún cambio. Se pueden hacer preguntas con referencia al texto leído, y dar con fervor algunas explicaciones oportunas. Se puede cantar un himno de alabanza. La oración debe ser corta y precisa. El que ora debe hacerlo con palabras sencillas y fervientes; debe alabar a Dios por su bondad y pedirle su ayuda. Si las circunstancias lo permiten, dejen a los niños tomar parte en la lectura y la oración. ]
Cada mañana conságrense a Dios con su hijos. No cuenten con los meses ni los años; no les pertenecen. Solo el día presente es nuestro. Durante sus horas, trabajen por el Maestro, como si fuese su último día en la tierra. Presenten todos sus planes a Dios, a fin de que él los ayude a ejecutarlos o abandonarlos según lo indique su Providencia. Acepten los planes de Dios en lugar de los suyos, aun cuando esta aceptación exija que renuncien a proyectos durante largo tiempo acariciados. Así, su vida será siempre más y más amoldada conforme al ejemplo divino, y «la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, cuidará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús» (Fil. 4: 7, NVI).— Testimonios para la iglesia, t. 7, sec. l, pp. 44-46.