Todo me es lícito, pero no todo conviene; todo me es lícito, pero no todo edifica» (1 Corintios 70:23).
No tengo dudas: hoy es el día más lindo del año. En algunos países, es el Día Mundial del Chocolate. Y, cómo decirlo… amo el chocolate. Si bien no me considero un adicto a él, «casi» lo soy. Me gusta el chocolate amargo; cuanto más amargo, mejor. He disfrutado, gracias a viajes y a amigos que me los trajeron, de chocolates de varias partes del mundo; son una delicia. De muchos, aún parece que tengo el sabor en mi boca.
Básicamente, el chocolate es el alimento que se obtiene mezclando azúcar con dos productos derivados de la manipulación de las semillas del cacao: la pasta de cacao y la manteca de cacao.
El chocolate es originario de América. Los aztecas lo llamaban «El alimento de los dioses», y fue llevado a Europa como una verdadera delicia.
Sobre los beneficios o los daños del chocolate, existe infinidad de investigaciones y estudios. Lo cierto es que, como todo alimento refinado, es dañino en exceso; y que entre sus virtudes, sin duda está la estimulación de la producción de endorfinas, las hormonas ligadas a la sensación del placen Otro punto que considerar es que el chocolate negro es más sano que el chocolate con leche. Por eso, si vas a elegir comer chocolate, trata de que tenga, al menos, 65% de cacao.
Más aliá de que te guste o no el chocolate, con este y con otros alimentos debemos aprender a ser temperantes. Cabe recordar que la temperancia es el uso moderado de lo bueno y la abstención completa de lo malo.
¿Cómo puedes ser más temperante en todas las cosas? Solo unos breves consejos:
Ten en cuenta que tu cuerpo es el templo del Espíritu Santo (1 Cor. 6:19). Z Toma la decisión de serlo. Todo en la vida es cuestión de decisión,
Ten horarios fijos para comer y para dormir, y practica deportes.
Ora a Dios, para que te ayude a tener un estilo de vida sano.
Hoy puede ser un día histórico si eres temperante y aprendes a decir «Nd’ a los alimentos, las bebidas y los hábitos que no te convienen.
«El Creador del hombre ha dispuesto la maquinaria viviente de nuestro cuerpo. Toda función ha sido hecha maravillosa y sabiamente. Y Dios se ha comprometido a conservar esta maquinaria humana marchando en forma saludable si el agente humano quiere obedecer las leyes de Dios y cooperar con él» (Elena G. de White, Lo temperancia, p. 15), PA 271