«Tiempo de romper, y tiempo de coser; tiempo de callar, y tiempo de hablar» (Eclesiastés 3:7).
Seguramente, viste alguna en la casa de tu abuela; o tal vez tengas una en tu casa. Lo cierto es que hoy, en un mundo en que impera la tecnología, las máquinas de coser no son, precisamente, algo cotidiano.
Este tipo de artefacto fue patentado por primera vez el 10 de septiembre de 1846, por Elías Howe, un inventor estadounidense pionero en estas lides. No obstante, el real inventor de la máquina de coser fue Walter Hunt, en 1833.
Sin embargo, Hunt no se dio cuenta de la importancia de muchos de sus inventos cuando los creó. Así, no llegó a patentar la máquina de coser por miedo a que pudiera llegar a destruir empleos; posteriormente, el inventor Elías Howe realizó varias mejoras sobre el invento de Walter Hunt y lo patentó, hecho que lo llevó a los tribunales.
Que existan relaciones rotas entre aquellos que disputaban la paternidad de la máquina de coser no deja de ser una suave paradoja. Lo cierto es que el instrumento creado para enmendar ropa o confeccionarla causó división y problemas. Como cristianos, estamos llamados a recomponer relaciones, a arreglar vínculos rotos y a devolver la esperanza a aquellos que la han perdido.
En Hechos 9:36 al 43 se registra la breve, pero intensa, biografía de Dorcas, una mujer piadosa de Jope que abundaba en buenas obras y en limosnas. Además de eso, confeccionaba túnicas y vestidos (sin tener la máquina de Howe) para los necesitados. Imprevistamente, esta alma caritativa murió y el pueblo la lloró.
Cuando los cristianos de Jope se enteraron de que Pedro estaba cerca, lo buscaron de inmediato. «Levantándose entonces Pedro, fue con ellos; y cuando llegó le llevaron a la sala, donde le rodearon todas las viudas, llorando y mostrando las túnicas y los vestidos que Dorcas hacía cuando estaba con ellas». El apóstol, lleno del Espíritu Santo, oró y Dios, misericordiosamente, resucitó a Dorcas. Este hecho notorio hizo que muchos creyeran en Jesús,
Hoy puede ser un día histórico. Invierte tiempo en tratar de solucionar los problemas, en ayudar a los demás, en ser dadivoso y generoso. Pero antes, invierte tiempo en arreglar tus asuntos con Dios y en restablecer una relación sana, constante y vital con él y con los demás.
«La verdad que profesan, ¿ha santificado el corazón y suavizado y subyugado la voluntad de ustedes? Si no, tienen una obra minuciosa que hacer para enmendar los males pasados» (Elena G. de White, Mensajes para los jóvenes, p. 314), PA