«Al salir encontraron a un hombre de Cirene llamado Simón y lo obligaron a cargar la cruz de Jesús». Mateo 27: 32.
LA CARGA DEL SALVADOR era demasiado pesada para él, golpeado y debilitado como se hallaba. Desde la cena de Pascua que había tomado con sus discípulos no había comido ni bebido. En el huerto de Getsemaní había agonizado en conflicto con los agentes satánicos. Durante toda la vergonzosa farsa del proceso, se había mantenido firme con toda dignidad. No obstante, después de la segunda flagelación, cuando le cargaron la cruz, la naturaleza humana no pudo soportar más, y Jesús cayó desmayado bajo la carga.
La muchedumbre que seguía al Salvador vio su caminar vacilante y como se tambaleaba, pero no manifestó compasión. Sus verdugos vieron que le era imposible seguir con su carga. No sabían dónde encontrar quién quisiera llevar aquella humillante carga. Los judíos mismos no podían hacerlo, porque la contaminación les habría impedido observar la Pascua. Entre la turba que le seguía no había una sola persona que quisiera rebajarse a llevar la cruz. En ese momento, un forastero, Simón de Cirene, que volvía del campo, se encontró con la muchedumbre, Oyó las burlas y palabras groseras de la turba; oyó las Palabras repetidas con desprecio: «Abran paso al Rey de los judíos». Se detuvo estupefacto ante la escena; y expresó su compasión. Lo detuvieron y le colocaron la cruz sobre los hombros.Simón había oído hablar de Jesús.
Sus hijos creían en el Salvador, pero él mismo no era discípulo de Jesús. Para él fue una bendición llevar la cruz al Calvario, y desde entonces estuvo siempre agradecido por esta providencia. Aquello lo indujo a tomar sobre sí la cruz de Cristo por su propia voluntad, y a seguir siempre gozosamente cargándola.–— El Deseado de todas las gentes, cap. 78, p. 704.