«No dejen que el sabio se jacte de su sabiduría», Jeremías 9: 23.
LOS CRISTIANOS no han de enorgullecerse de sus conocimientos intelectuales, ni de su fortaleza, ni de sus riquezas, sino de que tienen un conocimiento de Cristo, el cual es lo máximo, lo más sublime que podemos poseer; y que es la garantía de vida eterna. Porque «esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, ya Jesucristo, a quien has enviado» (Juan 17: 3). El dinero no puede comprarla, ni el intelecto discernirla, ni el poder concederla; pero Dios ofrece generosamente su gracia a todos los que quieran aceptarla.
Ahora bien, los seres humanos tienen que sentir su necesidad y, renunciando a toda autosuficiencia, aceptar la salvación como un don. Los que entren al cielo no habrán escalado sus muros mediante su propia justicia, ni se abrirán sus portales para ellos como consecuencia de costosas ofrendas de oro o Plata, sino que obtendrán entrada en las mansiones de la casa del Padre por medio de los méritos del sacrificio de Cristo. […]
El que se considera justo no siente necesidad de Cristo. Y cuando los que profesan su nombre exaltan su propia sabiduría y bondad, lo que demuestran es que no lo conocen.
Cuando Cristo se revela al corazón humano, el pecador comprende que su única esperanza está en el Cordero de Dios como propiciación por sus pecados. Cuando el Señor Jesús comienza a manifestarle su amor, vigila los preceptos y ve qué hay. Muchos pretenden tener esta experiencia y en realidad son ajenos al amor de Jesús. Pero si se induce a alguien a considerarse humildemente, a poner el honor de Cristo sobre el propio, y esa Persona da evidencia de que el galardón celestial es de más valor para él que sus posesiones mundanales, podemos saber que los rayos de la vida de Cristo están iluminando su Corazón.–— Review and Herald, 15 de Marzo de 1887.