«Pusieron sobre su cabeza una corona tejida de espinas, y una caña en su mano derecha; e hincando la rodilla delante de él, se burlaban, diciendo: » ¡Salve, rey de los judíos! » ». Mateo 27: 29
UNO DE LOS DISCURSOS más bellos que he escuchado fue pronunciado por quien fuera presidente de la República del Perú, Fernando Belaúnde Al descender del avión, retornando de Punta del Este después de una reunión de presidentes en la que había sido ovacionado, pronunció las siguientes palabras: «¿Qué me aplaudes, pueblo peruano, si fui a Punta del Este porque tú enviaste? ¿Y qué laureles me das, si tú te los ganaste?» ¡Extraordinario! ¡Una joya de discurso! Expresa el valor de una corona de laureles: los seres humanos la buscan desesperadamente porque simboliza éxito, prosperidad y victoria.
Pero Jesús vino a este mundo a recibir una corona de espinas, que simboliza dolor, sufrimiento y vergüenza. Y lo importante es que, al dejar sus mansiones celestiales y descender a este mundo manchado por el pecado, Jesús sabía a lo que estaba viniendo; sabía lo que le esperaba. Y aun así, vino.
Desde su niñez, el Salvador del mundo sabía que el camino por recorrer estaba alfombrado de lágrimas y aflicciones; a fin de cuentas, eso es lo que el pecado había introducido en este mundo. ¿Cómo librarnos de las espinas, sin beber la amarga copa del dolor?
Aquel día, el universo temblaba en todos sus rincones. Los verdugos se arrodillaban, con sarcasmo, delante de Jesús y lo llamaban rey. Mal sabían ellos que, un día, se volverán a arrodillar; ya no para burlarse de él, sino para clamar a las rocas y a los montes que caigan encima de ellos y los oculten de la presencia de Aquel que un día despreciaron.
Hoy es el día: o te arrodillas con santo temor y cuando él vuelva te levantas ‘ alegre, para recibirlo; o te levantas hoy para burlarte y te arrodillas en el día final’ para reconocer su señorío.
Nadie puede huir; ningún argumento sirve para postergar la decisión. El Maestro está a la puerta del corazón y llama. Hoy es el día de buena nueva: entrégale el corazón mientras eres joven, mientras puedes anclar con tus propios pies. El está allí, con los brazos abiertos, esperándote. No te olvides: «Pusieron sobre su cabeza una corona tejida de espinas, y una caña en su mano derecha; e hincando la rodilla delante de él, se burlaban, diciendo: «iSalve, rey de los judíos!»»