«El ángel de Jehová acampa alrededor de los que lo temen y los defiende» (Salmo 34: 7).
EL día comenzó temprano, a las cinco de la mañana. Y era un día hermoso.
Estábamos yendo al Banquete de las Primicias, que se celebra cada año en Mambore-Sítio-Paraná.
El viaje iba tranquilo. Como era muy temprano, muchos de los pasajeros dormían. Yo dormitaba, y escuchaba a algunas personas hablar despacio. Entonces, escuché algo extraño… ¿Sería un sueño? Sentí como que estaba en un sueño, pero escuché que alguien decía: «¡Vamos a chocar!», Sin pensarlo, abrí los ojos y volví la cabeza hacia el lado derecho del minibús. Solo podía ver un camión con dos acoplados cargados con caña de azúcar cruzando un sendero, y lo vi como si fuera en una película. El segundo acoplado arrasó con el costado del minibús y lo empujó a la banquina. Yo no podía pronunciar palabra, y lo mismo les sucedía a los demás. Me preguntaba si era una pesadilla. No, era real.
El vehículo se detuvo. Estábamos en Mandaguari, vivos, y sin heridas graves. Las personas que iban sentadas del lado del minibús que recibió el golpe estaban heridas, pero era evidente que nuestro Dios había cumplido una vez más la promesa de Salmo 34: 7, el versículo de hoy. Dios envió a su ángel, que nos protegió. S é que Dios mismo se interpuso entre nosotros y el acoplado. Dios mismo fue quien no permitió que muriéramos o fuéramos heridos de gravedad. Gracias a él, ¡sus hijos todavía vivían!
Tuvimos que esperar tres horas hasta que nuestro pastor, Darío Gonçalves, llegara a rescatarnos. Luego de que se hicieran los ajustes necesarios, enviaron Otro minibús y pudimos continuar nuestro camino. Nuestro Dios honró nuestra fe. Nos perdimos el programa de la mañana, porque finalmente llegamos a la iglesia al mediodía. Sin embargo, como primicias de Dios, rededicados a él, no perdimos nuestras vidas.
Querida amiga: de la misma forma, nuestro querido Jesús se interpuso entre nosotras y el diablo en la cruz del Calvario. Y cada día ha sido, y seguirá siendo, nuestro escudo, nuestra protección, quien acampa a nuestro alrededor y nos libra del peligro. Y si a veces recibimos algún golpe, no debemos preocuparnos, porque «bueno es el Señor; es refugio en el día de la angustia, y protector de los que en él confían» (Nah. 1: 7, NVI).