«Ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús, Señor nuestro» (Romanos 8: 39).
Mi esposo se mete en la cama esta mañana, me acaricia el rostro y conforta mi adormecida alma, aliviando así mi enfermedad. «¿Por qué?», le pregunto. Me pregunto a mí misma. Este yo lamentable con catarro, mal aliento y nariz tapada, que no se duchó anoche porque estaba demasiado exhausta. i Yo no merecía un amor sin reservas en ese momento! Mi esposo nota que esta enfermedad está penetrando en mi espíritu, y suavemente responde a las dudas de mi alma. «Sé que te estás sintiendo mal y quería acurrucarme contigo». Trato de comprender el amor de este hombre; un amor que me alcanza sin pensar dos veces en mi condición. Él quiere acercarse a mí, aunque yo estoy terriblemente enferma.
Algunas mañanas me encuentro cuestionando a mi Redentor, cuando se acerca a mi corazón y susurra: «¿Quieres que restaure tu alma?». Yo respondo: «¿Quieres pasar tiempo conmigo, Señor? ¿Conmigo, que me quejo de no encontrar un par de medias y de no saber qué me depara el futuro? ¿Conmigo, que una y otra vez vuelvo a esa actitud que dice que soy una niña grande, y que puedo hacerlo todo por mí misma? Gracias, pero no, Jesús». Muchas mañanas he permitido que mi debilidad me condene. En esos períodos de «nariz tapada», entiendo que no puedo ganar aceptación ni de parte de mi esposo, ni de mi supervisor, ni de mi Salvador. Tachar todos los ítems de una lista de cosas por hacer con el fin de agradar a otros no obtiene verdadera aceptación. Aunque sean sinceros, los planes y los deseos bien pensados a menudo terminan en la nada, a causa de fallas nuestras o de otros.
Por culpa del pecado, todos estamos espiritualmente enfermos. Nuestra enfermedad es nuestra pecaminosidad. Y aun así Cristo no nos rechaza. Nuestros pecados nos han separado de Dios, pero el deseo de Cristo de estar con nosotros para siempre lo hizo cargar, en la cruz, esos mismos sentimientos de rechazo y de separación del Padre. Todo por nosotros. Aunque el perpetrador de la enfermedad trata de infectarnos de toda forma posible, la cruz nos asegura que nada puede separarnos del amor de Dios en Cristo Jesús.
Hoy intento comprender el amor de mi Cristo; un amor que sigue alcanzándome a pesar de mi c[soundcloud id=’338143870′ height=’false’]
ondición pecaminosa. Él quiere estar conmigo. Inseparable,