«El amor más grande que uno puede tener es dar su vida por sus amigos» (Juan 15:13).
Seguramente has oído mencionar alguna vez la palabra «sacrificio». A lo mejor, incluso sabes qué significa; aunque me pregunto si habrás tenido que hacer algún sacrificio de verdad. Cuando hablo de sacrificio, no me estoy refiriendo a hacer un esfuerzo como bañarte cuando no hay agua caliente; o correr al límite de tus fuerzas para ganar una carrera. A lo que me refiero es a desprenderte de algo muy valioso, para beneficiar a otra persona. Eso fue lo que hizo una amiga mía, y quiero contarte su historia, aunque es triste.
La hija menor de esa familia de amigos se había casado y tenía un bebé. Un día, subieron al auto ella, su esposo y su bebé; iban a visitar a los padres de ella. Se encontraban a mitad de camino cuando, de repente, otro vehículo chocó contra el suyo, haciéndoles dar varias vueltas de campana. Cuando por fin dejaron de dar tumbos, el esposo salió del auto e intentó abrir las puertas, pero estaban trabadas.
Justo en ese momento, el tanque de la gasolina explotó y el auto empezó a arder.
Mi amiga quedó atrapada, porque su cinturón de seguridad estaba trabado. En su desesperación, lo único que le importó fue salvar la vida de su bebé. Entonces se lo dio a su esposo, que miraba, impotente, cómo el fuego consumía el auto, con su esposa dentro. ¡Esto es un sacrificio por amor! Hoy, ese bebé tiene ocho años y, aunque nunca conoció a su mamá, sin duda le habrán contado que ella entregó su vida para salvarlo. Tal vez, por las noches, antes de dormir, mira alguna foto y dice: «¡Gracias, mamá!».
Hace un poco más de dos mil años, alguien hizo, sobre una cruz, el más grande de todos los sacrificios. Jesús, nuestro Maestro y Salvador, permitió que le dieran muerte, con el fin de que hoy tú y yo tengamos la posibilidad de ser salvos de este mundo de pecado. No solo se sacrificó dejando el cielo, donde era el Rey de reyes, para venir a esta Tierra, donde fue apenas un hombre común y corriente; también se sacrificó entregando su vida por ti y por mí. Creo que podríamos decirle, antes de dormir cada noche y al despertarnos cada mañana: «¡Gracias, Jesús!». ¿Qué te parece si se lo dices ahora mismo?