«Fijemos nuestra mirada en Jesús, pues de él procede nuestra fe y él es quien la perfecciona» (Hebreos 12:2).
Dos chicos están un día jugando en la nieve, cuando uno le dice al otro:
-A ver quién es capaz de trazar una línea más recta en la nieve.
-De acuerdo -aceptó el amigo inmediatamente.
Y comenzaron la competencia.
Uno de los muchachos eligió un objeto a la distancia en el cual fijar su vista. Y así, a lo largo de todo el proceso de marcar la línea, mantuvo la vista fija en un árbol, tomándolo como única referencia para continuar avanzando siempre en línea recta. Por su parte, el otro chico fijaba su vista en algún objeto cercano. Comenzaba a marcar la línea hasta ese objeto, y una vez que llegaba allí miraba hacia atrás, para comprobar cómo le estaba quedando su línea. Después buscaba otro objeto más lejano y continuaba marcando sobre la nieve, siempre intentando ir en línea recta. Una vez que alcanzaba el segundo objeto, revisaba su línea y elegía otro objeto más allá. Entonces, continuaba trazando en el piso.
Finalmente, los dos muchachos llegaron al punto que habían definido como el final de la línea. Los dos terminaron de marcar en el piso y comprobaron los recorridos. La línea trazada por el primer muchacho había salido recta como una flecha; la del segundo, en zigzag.
-¿Cómo hiciste para que te quedara tan perfecta? -quiso saber el que había perdido.
-Simplemente, mantuve la mirada fija en el árbol, pues el árbol era el que me indicaba si iba derecho o no. Mientras que tú te ibas fijando cada vez en una cosa diferente, y por eso perdiste la perspectiva.
Así es como nos dice la Biblia que tenemos que enfocar nuestra vida. «Fijemos nuestra mirada en Jesús, pues de él procede nuestra fe y él es quien la perfecciona». Si nos vamos fijando cada vez en cosas distintas, iremos dando tumbos por la vida; mientras que si tomamos como única referencia a Jesús, avanzaremos derechitos hacia la salvación.