«Uno de los criminales allí colgados empezó a insultarlo. Pero el otro criminal lo reprendió. Luego dijo:»Jesús, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino Lucas 23: 42. NVI.
HASTA EL FINAL DE SU MINISTERIO, Cristo actuó como perdonador del pecado. A medianoche, cuando la estrella de Belén está por hundirse en el olvido, entonces precisamente brilla en medio de las tinieblas morales con esplendor definido la fe de un pecador moribundo que se aferra a un Salvador moribundo.—– Manuscrito 52, 1897.
El ladrón había escuchado a Pilato decir: «Yo no hallo en él ningún delito» (Juan 18: 38). Había notado su porte divino y la actitud compasiva de perdón que manifestaba hacia quienes lo torturaban. Entre los que pasaban, oía a muchos que defendían a Jesús. Les oía repetir sus palabras y hablar de sus obras. Penetró de nuevo en su corazón la convicción de que era el Mesías.
No expresó dudas ni reproches. Al ser condenado por su crimen, el ladrón se había llenado de desesperación; pero ahora brotaban en su mente extraños pensamientos, impregnados de ternura. Recordaba todo lo que había escuchado decir acerca de Jesús. Había oído las palabras de los que creían en Jesús y lo seguían llorando.
El Espíritu Santo iluminó la mente del ladrón y poco a poco se fue eslabonando la cadena de la evidencia. En Jesús, magullado, escarnecido y colgado de la cruz, vio al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. La esperanza se mezcló con la angustia en su voz, mientras que su alma desamparada se aferraba de un Salvador moribundo. Prestamente llegó la respuesta. El tono era suave y melodioso, Y las palabras, llenas de amor, compasión y poder: «De cierto te digo hoy: Estarás conmigo en el paraíso». El ladrón arrepentido sintió la perfecta paz de la aceptacion por Dios.— El Deseado de todas las gentes, cap. 78, pp. 709-711.