«Si esto enseñas a los hermanos, serás buen ministro de Jesucristo». I Timoteo 4: 6
EL ESPÍRITU SANTO es el aliento de la vida espiritual. El impartimiento del Espíritu es el impartimiento de la vida de Cristo. Comunica al que lo recibe los atributos de Cristo. Únicamente aquellos que han sido enseñados por Dios, experimentan la obra interna del Espíritu y en sus vidas se manifestará la vida de Cristo, han de destacarse como personas que ministren en favor de la iglesia.
«A quienes les perdonen sus pecados—dijo Cristo—, les serán perdonados; a quienes no se los perdonen, no les serán perdonados» (Juan 20: 23, NVI). Cristo no da aquí a nadie libertad para juzgar a los demás. En el Sermón del Monte lo prohibió. Es prerrogativa de Dios. Pero coloca sobre la iglesia organizada una responsabilidad por sus miembros individuales. La iglesia tiene el deber de amonestar, instruir y si es posible restaurar a aquellos que caigan en el pecado. «Redarguye, reprende, exhorta —dice el Señor— con toda paciencia y doctrina» (2 Tim. 4: 2). Obren fielmente con los que hacen mal. Amonesten a toda alma que está en peligro. No dejen que nadie se engañe. Llamen al pecado por su nombre. Declaren lo que Dios ha dicho respecto de la mentira, la violación del sábado, el robo, la idolatría y todo otro mal: «Los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios» (Gál. 5:21). Si persisten en el pecado, el juicio que han declarado por la Palabra de Dios es pronunciado sobre ellos en el cielo. Al elegir pecar, niegan a Cristo; la iglesia debe mostrar que no sanciona sus acciones, 0 ella misma deshonra a su Señor. Debe decir acerca del pecado lo que Dios dice de él. Debe tratar con él como Dios lo indica, y su acción queda ratificada en el cielo. El que desprecia la autoridad de la iglesia desprecia la autoridad de Cristo mismo.
Pero el cuadro tiene un aspecto más halagüeño. «A quienes les perdonen sus pecados, les serán perdonados» (Juan 20: 23). Den el mayor relieve a este pensamiento. Al trabajar por los que yerran, dirijan la vista de todos a Cristo […]
Que la iglesia acepte con corazón agradecido el arrepentimiento del pecador. Condúzcase al arrepentido de las tinieblas de la incredulidad a la luz de la fe y de la justicia. Colóquese su mano temblorosa en la mano amante de Jesús. El cielo ratifica una remisión tal.— El Deseado de todas las gentes, cap. 84, pp. 761-762.