«Jehová de los ejércitos está con nosotros; nuestro refugio es el Dios de Jacob! ‘Que hace cesar las guerras hasta los fines de la tierra, que quiebra el arco, corta la lanza, y quema los carros en el fuego» (Salmo 46:29).
Y finalmente, llegó la paz, Fue el 20 de agosto de 1866. Andrew Johnson
(presidente de Estados Unidos) declaró formalmente la finalización de la Guerra de Secesión estadounidense, que ensangrentaba al país desde 1861.
Este conflicto se trató de una guerra civil que tuvo dos bandos enemigos: las fuerzas de los Estados del Norte (la Unión), por un lado; y los Estados Confederados de América, integrados por once Estados del Sur, que proclamaron su independencia, por el otro.
Esta guerra fue un hecho traumático en la historia de los Estados Unidos y costó cerca de 617 mil vidas. No obstante, permitió que se solucionaran problemas irresueltos, como la abolición de la esclavitud.
Y tú, ¿cuántas lágrimas has derramado en el gran conflicto con el pecado? ¿Cuántos seres queridos has perdido? ¿Cuántos fracasos cuentas en tu inventario? ¿Cuántas noches sin dormir? ¿Cuántas angustias y nervios?
Estamos inmersos en la guerra del bien contra el mal, y no podemos ser neutrales. En esta, como en toda guerra, hay pérdidas, llanto, dolor y decepciones. Sin embargo, podemos estar tranquilos porque ya existe un resultado: la guerra está ganada por Jesús. El Calvario y la tumba vacía consumaron la victoria. Muy pronto, Dios terminará este conflicto. La promesa es segura: «Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron. Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas» (Apoc 21:4, 5).
Hoy puede ser un día histórico si resuelves ser fiel a Dios, el vencedor de esta contienda cósmica, y si te decides a obedecer sus mandatos y cumplir su voluntad.
«El gran conflicto ha terminado. Ya no hay más pecado ni pecadores. Todo el universo está limpio. Una misma pulsación de armonía y júbilo late a través de la vasta creación. Del Ser que todo lo creó manan vida, luz y contentamiento por toda la extensión del espacio infinito. Desde el átomo más imperceptible hasta el mundo más grande, todas las cosas, animadas e inanimadas, declaran, en su belleza sin mácula y en gozo perfecto, que Dios es amor/’ (Elena G. de White, El conflicto de los siglos, p 637). PA