“Yo, el Señor todopoderoso, me enojé mucho con los antepasados de ustedes. Por eso, dile ahora de mi parte al pueblo: Vuélvanse a mí, y yo me volveré a ustedes” (Zacarías 1:2,3).
Comencé a darme cuenta de todo cuando compartí esta experiencia con algunas personas. Mi mejor amigo iba a una iglesia diferente a la mía, que estaba al otro lado de la dudad. A veces me gustaba ir con él a los eventos, pero era para ver a las muchachas. Después de socializar un par de veces con una muchacha que me interesaba, le pregunté a mi amigo si pensaba que yo debería Invitarla a salir. Él la conocía desde siempre y pensé que sería la persona más adecuada para decirme cuáles eran mis posibilidades. Me dijo que me llamaría más tarde. Esperé ansiosamente una noticia suya y, finalmente, llamó tarde en la noche. Me dijo que lo sentía, pero que no era buena idea, pues ella le había dicho que con quien quería salir era con él, con mi amigo. Ciertamente, una alerta roja debería haber sonado en mi mente, pero él era mi mejor amigo y nunca creí que me haría algo así. Luego me enteré por otras personas que él fue a donde ella con una gran ramo de flores y la Invitó a salir. Me traicionó. Actuó a mis espaldas. Tuvimos una gran discusión por todo aquello más adelante. Me pidió perdón. Y aunque yo quería perdonarlo, me di cuenta de que mi perdón tenía límites.
Si alguien puso a prueba los límites del perdón, fueron los israelitas. Cuando el profeta Zacarías apareció en escena, ellos habían rechazado a Dios docenas de veces a lo largo de cientos de años. El versículo de hoy dice que Dios estaba muy enojado con los antepasados de su pueblo, pero que, si ellos se volvían a él de nuevo, él se volvería a ellos también. Este tipo de cosas son las que siempre me sorprenden acerca de Dios. El libro de Zacarías describe cómo el Templo que estos exiliados venían a reconstruir sería mejor que el anterior, y que Dios mismo vendría a restaurarlo y a limpiar al pueblo de todos sus pecados. Estaba prediciendo la venida de Jesús. En última instancia, este libro señala claramente que Dios nos llevará de vuelta cuando se lo pidamos. No importa lo lejos que hayas ido o las cosas que hayas hecho. Él siempre estará listo para comenzar de nuevo contigo. No hay nada que puedas hacer para escapar de su amor.