«Hermanos míos, gozaos profundamente cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce Paciencia. Pero tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna» (Santiago l: 2-4).
Por casualidad, o quizá por providencia, prendí la televisión para ver el noticiero. Esto no era común para mí, ya que casi siempre paso todo mi tiempo viajando y presto atención solo a proyectos necesarios las pocas tardes que disfruto en casa. Sin embargo, esa tarde en particular el noticiero llamó mi atención por un instante a un informe que presentarían en breve. Luego del corte publicitario, quedé pasmada por una historia inspiradora.
La noticia mostraba el logro especial de una graduada de secundaria de dieciocho años, cuando presentaba el discurso de culminación de estudios y compartió con los oyentes las circunstancias de su corta vida. Contó cómo su padre había fallecido cuando ella tenía solo un año, y cómo su madre también había fallecido. Detalló que había ido a vivir a un orfanato, y a lo largo de los años de estudios secundarios había vivido en un refugio para desamparados; de hecho, todavía vivía allí. Entonces, olvidando que solo había vivido dieciocho años, compartió su consejo, la sabiduría de los años, con su clase y con el resto de oyentes.
Recordó a quienes escuchaban que no debemos estar tan absortos en circunstancias temporales, al punto de permitir que estas nos definan y dicten los resultados en nuestra vida. Así como el apóstol Santiago, ella entendía la identidad y la perseverancia, y su importancia para la vida. Me recordó algo que una vez aprendí: no debemos confundir el viaje con el destino.
Nunca debemos confundir el atajo con el camino. La vida está llena de obstáculos. A veces caemos, o nos fuerzan a enfrentar alguno; pero siempre debemos volver a levantarnos. Debemos salir de allí y volver a encontrar nuestro rumbo. Dios siempre nos muestra el camino.
Esa es una de las razones por las cuales me encantan algunas de las palabras del poema «Still I rise» [Y aun así, me levanto] (1978). En su obra, la fallecida Maya Angelou describió algunas circunstancias terriblemente desafiantes de la vida, y terminó con las palabras inspiradoras: «Y aun así me levanto». Sus palabras estaban llenas de fuerza y convicción.
Este es el tipo de convicción que debemos tener en el conocimiento de nuestra victoria en Jesús.