«Hasta ahora, solo de oídas te conocía, pero ahora te veo con mis propios ojos». Job 42: 5.
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El versículo de la reflexión de ayer pertenece a un personaje que aparece en la Biblia.
¿Recuerdas cuál era? Este personaje merece un pedestal, porque logró algo que no todo el mundo lograría. A ver, vamos a pensar un momento cómo hubiéramos reaccionado nosotros ante lo que le pasó a él. Imagínate que se muere tu mamá, así de repente, sin haber estado enferma ni nada. Y después se muere tu papá, ese mismo día. Y tus hermanltos también. Y te dan esas tres malas noticias todas juntas en un solo instante.
Después, alguien te dice que no puedes seguir viviendo en tu casa, porque el banco se la ha quedado, ya que no hay nadie que haga los pagos que hacían tus papás por vivir en ella. Así que, sin nadie, y sin lugar dónde estar, no sabes muy bien qué hacer ni adonde ir. Pero eso no es todo. Ahora llega la gota que colma el vaso: caes enfermo. Y no de una enfermedad cualquiera, sino de una enfermedad que todo el mundo puede ver, porque se manifiesta a través de tu piel, tu cabello, tus uñas, el aspecto de tu cara.
Estás gravísimamente enfermo, sin lugar adonde ir, sin dinero, sin nadie que te quiera. Y no tienes amigos que vengan a ayudarte ni a consolarte.
Ahora viene la gran pregunta: con todo este dolor y esta miseria, ¿cómo crees que reaccionarías? ¿Crees que dirías algo así como: «El Señor me lo dio todo, y el Señor me lo quitó; ¡bendito sea el nombre del Señor!» (Job 1:21)? Eso fue lo que dijo Job, por eso digo que merece un pedestal.
Qué difícil es alabar a Dios cuando lo estamos pasando mal. De hecho, por nosotros mismos, nos resultaría imposible hacerlo.
La razón por la que Job logró no desesperarse a pesar de que lo había perdido todo en la vida, fue que realmente creía en Dios. Para él, Dios era real, era su Padre celestial; era la razón por la que tenía todo lo que tenía, quien le había dado la vida, quien podía disponer sobre él como quisiera. Y es que así es; esa es la verdad. Dios es nuestro Creador, a él le pertenecemos. Solo recordando esto cada día podemos mantener la fe cuando llegan los tiempos difíciles.