«Todo lo que pidáis en oración, creyendo, lo recibiréis» (Mateo 21: 22).
Cada verano organizamos un pícnic en nuestro patio trasero para el 4 de julio, el Día de la Independencia Estadounidense. Mi esposo, Norman, disfruta al aire libre, y sus esfuerzos se ven reflejados en una alfombra de pasto que cubre el terreno hasta un pequeño arrollo, cuyas orillas están perfectamente mantenidas. Las sombras de varios árboles invitan a las visitas a relajarse y refrescarse. Hay muchos arbustos, flores, y una huerta preciosa. Es un lugar hermoso y nos gusta compartirlo con la familia de la iglesia.
Habíamos pensado cuidadosamente los planes para ese año. Tenía un menú para el pícnic y manteles y decoraciones. Había preparado un programa que incluía música, poemas, una breve charla patriótica por parte del pastor, y juegos. También habíamos planificado un paseo en una carreta de heno. Sería un día de deleite para todos!
El día del pícnic amaneció nublado, y luego de consultar el pronóstico mi esposo predijo que llovería. Me aconsejó: «Deberías organizarlo todo adentro; hay un setenta por ciento de probabilidades de lluvia». El año anterior habíamos tenido que hacerlo todo adentro, ¡pero un pícnic tiene que hacerse afuera!
La carpa ya estaba empapada, el pasto mojado… y el cielo oscuro. Pero mi espíritu no decaía. «El Señor nos mandará el clima que él quiera que tengamos», comenté. El mediodía no trajo consigo ningún cambio y, para las tres de la tarde, mi esposo estaba nervioso, e insistía en que hiciéramos el pícnic adentro. A las Cuatro, llegó una amiga para ayudarme y le dije que llevara las cosas afuera. Me miró, confundida, pero hizo lo que le dije. Al acercarse las cinco, el horario del Comienzo, el sol comenzó a asomarse entre las nubes. Poco después, brillaba lo suficiente para que nuestro pícnic se desarrollara afuera, donde lo había planificado y por lo cual había orado.
La gente comenzó a llegar con sillas y comida, y mi esposo los dirigía con una Sonrisa al patio trasero, todavía mojado. Todos estábamos sentados en un círculo, expectantes, cuando llegó el pastor. Miró el sol y dijo: «Alguien ha estado orando; había un setenta por ciento de probabilidades de lluvia hoy». Yo sonreí y susurré un «Gracias a Dios», que había contestado a mi oración de fe cambiando el clima para nuestro pícnic.