«Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme». Mateo 19: 21
PARA QUE REPRESENTEMOS el carácter de Cristo, toda partícula de egoísmo tendrá que ser expulsada del alma. En el cumplimiento de la obra que él nos ha confiado, será necesario que demos cada jota y tilde que podamos ahorrar de nuestros recursos. Llegarán a nuestro conocimiento casos de pobreza y angustia en ciertas familias, y habrá que aliviar a personas afligidas y dolientes. Muy poco sabemos del sufrimiento humano que nos rodea por todas partes, pero al tener oportunidad para ello debemos estar listos para prestar inmediata asistencia a los que están en gran necesidad.
Al despilfarrar dinero en lujos se priva a los pobres de los recursos necesarios para suplirles alimentos y ropas. Lo gastado en vestimenta, edificios, muebles y adornos, para complacer el orgullo, aliviaría la angustia de muchas familias pobres y dolientes. Los mayordomos de Dios han de servir a los menesterosos.
La costumbre de dar, que es fruto de la abnegación, ayuda en forma admirable al dador. Le imparte una educación que lo capacita para comprender mejor la obra de Aquel que anduvo haciendo bienes, aliviando a los dolientes y satisfaciendo las necesidades de los indigentes.
La benevolencia abnegada y constante es el remedio de Dios para los pecados del egoísmo y de la codicia. Dios ordenó la benevolencia sistemática para sostener su causa y aliviar las necesidades de los dolientes y menesterosos. Ordenó que se adquiera el hábito de dar, a fin de contrarrestar el peligroso y engañoso pecado de la codicia. El dar continuamente ahoga la codicia. La benevolencia sistemática es el plan que Dios ha ideado para arrebatar los tesoros de los codiciosos a medida que los adquieren, para consagrarlos al Señor, a quien pertenecen […]. La práctica constante del plan de Dios de la benevolencia sistemática debilita la codicia y fortalece la generosidad. Si las riquezas aumentan, los seres humanos, aun los que profesan piedad, colocan sus corazones en ellas; y cuanto más tienen, menos dan a la tesorería del Señor. Así las riquezas hacen egoístas a las personas y su acumulación alimenta la codicia; y estos males se fortalecen por el ejercicio activo. Dios conoce nuestro peligro y nos ha protegido contra él con medios que previenen nuestra propia ruina. Se requiere la práctica constante de la benevolencia.— El hogar cristiano, cap. 60, pp, 353-354.