No hay un amor más grande que el dar la vida por los amigos» (Juan 15:13 NTV).
Ese 7 de julio de 2005, cuatro explosiones paralizaron el sistema de transporte público de Londres en plena hora pico, A las 8:50 am, explotaron tres bombas a 50 segundos de intervalo, en tres vagones del metro de Londres. Una cuarta bomba explotó en un autobús a las 9:47 am, en la Plaza Tavistock. Provocaron una interrupción severa en el transporte de la ciudad y la infraestructura de telecomunicaciones.
En los ataques, fallecieron 56 personas, incluidos los cuatro terroristas sospechosos, y hubo 700 personas más heridas.
Se identificaron cuatro hombres presuntamente terroristas suicidas. Fueron los segundos atentados suicidas en Europa occidental con presencia de civiles inocentes (tras el IIM en Madrid); aparentemente, habían sido planeados por organizaciones paramilitares islamistas con sede en el Reino Unido. La organización terrorista Al-Qaeda asumió la responsabilidad.
Los presuntos terroristas suicidas fueron:
Hasib Hussain: Autobús número 30. Descendiente de pakistaníes, de 18 años, residente en Colenso Mount, Leeds.
Jamal Lindsay: Tren de la Piccadilly Line. Oriundo de Jamaica, residente de Aylesbury.
Mohamed Sadique Khan: Tren de Edgware Road. De 30 años, casado.
Shehzad Tanweer: Tren de Aldgate. Descendiente de pakistaníes, de 22 años.
Lo llamativo es la edad de estos terroristas suicidas: entre 18 y 30 años, edad de muchos lectores de estas meditaciones diarias. ¿Qué lleva a un joven de 18 años, con toda una vida por delante a cometer un suicidio que acaba también con la vida de otros? ¿Qué concepto de «lucha» por el bienestar futuro lleva a cercenar el futuro de los demás? Evidentemente, para ellos, el fin justifica los medios al punto de despreciar el principio más básico: la dignidad y el valor de la vida misma.
Paralelamente, observamos otro fenómeno en millones de jóvenes: vidas sin expectativas ni ideales sumidas en la satisfacción de necesidades básicas pero sin encontrar un sentido por el cual vivir. Lo único importante es el presente y la gratificación sensorial, un hedonismo en el que solo cuentan las necesidades personales.
¿Existirá aquí un medio justo? Por supuesto. En Cristo encontramos la respuesta a nuestro vacío existencial y a nuestros anhelos espirituales más profundos; además, una relación con él nos lleva a volcarnos hacia el prójimo. Esta misión es para traer vida, no quitarla; es ayudar a levantar y a crecer, no destruir.
HOY, deja que Cristo te llene, para luego ayudar a otros a encontrar ese camino, MB