«Le dijo Jesús: «Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá»». Juan l l : 25
CUANDO MOODY, el gran evangelista estadounidense, fue invitado en cierta oportunidad a predicar en una ceremonia fúnebre, buscó en los cuatro Evangelios algún sermón fúnebre de Jesús; pero no encontró ninguno. Concluyó, entonces, que Jesús había acabado con todos los entierros a los cuales concurrió.
La muerte huía de su presencia. Por donde el Maestro pasaba, pasaba la vida. En la tumba de Lázaro, ordenó: «Lázaro, ven fuera». La orden fue específica: «Lázaro; solo tú»; porque si no lo hubiera hecho así, todos los fallecidos habrían resucitado. Tal era el poder de Jesús ante la muerte.
El versículo de hoy fue tomado de la ocasión en que Jesús llegó a la casa de María y Marta. Ambas hermanas estaban tristes: el hermano mayor había fallecido hacía ya cuatro días; el relato puntualiza que ya olía mal. Desde el punto de vista humano, ya no había más esperanza. Hay momentos así todos los días, en las diferentes facetas de la vida. El dolor y la adversidad te golpean de tal manera que pierdes la esperanza; te sientes como una hoja arrancada, que el viento arrastra. Pero el Señor Jesús estaba allí, y declaró: «Yo soy la resurrección». Sus palabras significaban que nada está perdido en su presencia. La resurrección y la vida no es algo que Jesús ofrece: él es todo eso.
Por lo tanto, si en este momento tus sueños están destruidos, tus planes hechos pedazos, tu hogar acabado, tu vida profesional en estado cadavérico, todo lo que necesitas es correr a los brazos de Jesús, la resurrección y la vida. En él, todo renace: renace la esperanza; renacen los sueños y los ideales.
Nada hay que Jesús no pueda hacer de nuevo.
La muerte puede pensar que venció; pero ningún sepulcro será capaz de detener el paso de la vida: las piedras serán removidas, los obstáculos serán desmenuzados. Jesús es Rey victorioso y eterno, y venció a la propia muerte.
Hoy enfrenta los desafíos del día con la seguridad de la presencia de Jesús. La propia muerte temblará delante de ti, si estás con Jesús. Porque él dijo: «Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá».