«Los ojos son la lámpara del cuerpo; así que, si tus ojos son buenos, todo tu cuerpo tendrá luz; pero si tus ojos son malos, todo tu cuerpo estará en oscuridad». Mateo 6: 22,23.
¿Sabes cómo funciona la lente de una cámara fotográfica? Prácticamente igual que tu ojo. De hecho, las lentes fotográficas se construyeron a imitación del ojo humano. Poseen un elemento que se llama diafragma, que se abre o se cierra dependiendo de la cantidad de luz exterior. Si hay poca luz ambiental, el diafragma de la cámara tiene que abrirse mucho, a fin de poder captar la mayor cantidad de luz; de lo contrario, la fotografía será solo una mancha negra. Si en el ambiente hay mucha luz, el diafragma tiene que abrirse poco, pues entraría tanta luz en la foto que saldría como una mancha amarilla.
Tus pupilas funcionan igual: cuando hay mucha luz se contraen, es decir, se cierran, se vuelven más pequeñas, para que la claridad no te ciegue. Cuando estás en la oscuridad, tus pupilas se dilatan, se abren y se vuelven más grandes, de modo que entre toda la claridad posible y así puedas ver algo.
Los felinos, gatos, tigres, leopardos, leones ven más en la oscuridad que nosotros, pues sus pupilas se dilatan tanto que aprovechan al máximo la luz que los rodea. Por eso, cuando oscurece, se puede observar que sus pupilas se agrandan.
¿Has observado alguna vez que, cuando sales al sol después de haber estado en una habitación oscura, te molesta mucho la claridad? A tu ojo le afecta ese cambio tan brusco, y le toma unos segundos acostumbrarse a la luz porque las pupilas deben contraerse, para reducir la entrada de luz.
Para nosotros, los cristianos, existe una luz que nos guía en medio de la oscuridad de este mundo; esa luz es la Biblia. La Biblia, junto con el Espíritu de Profecía, ilumina nuestro camino para que no tropecemos en la oscuridad del pecado.
Si queremos ver mejor en medio de la oscuridad espiritual que nos rodea, debemos leer la Biblia y el Espíritu de Profecía cada día, en oración. Nos «abrirán las pupilas», para que caminemos sin tropezar. De lo contrario, nuestros ojos se acostumbrarán tanto a la oscuridad del pecado, que cada vez veremos peor y no distinguiremos lo bueno de lo malo.
Necesitamos orar más. No solo por la mañana, por la tarde y antes de cada comida, sino en todo lugar, en todo momento. ¿Por qué? Porque Dios siempre está listo para escucharnos. Él es «Dios con nosotros».