“Y no solamente hay peligro de que este nuestro negocio venga a desacreditarse, sino también que el templo de la gran diosa Dana sea estimado en nada, y comience a ser destruida la majestad de aquella a quien venera toda Asia, y el mundo entero/ (Hechos 19:27).
La emoción de ese lunes de febrero de 2015 fue indescriptible. Habíamos dejado atrás la ciudad de Canakkale (antiguo asentamiento de Troya) y la de pérgamo. Y ahora, en nuestro recorrido por la actual Turquía, llegaba el turno de visitar las ruinas de Éfeso.
Casas, baños públicos, bibliotecas, calles y el gran anfiteatro. Todo está allí, en pie, como queriéndonos contar la historia viva de los primeros siglos después de Cristo. En la época de Pablo, Éfeso era una ciudad muy poblada, pujante, rica… Desde entonces, las historias bíblicas que se relacionan con Éfeso tienen otro sabor. Y más la de Hechos 19:23 al 41.
A pocos kilómetros de las ruinas de la ciudad, se encuentra el inmenso campo donde estaba ubicado el famoso templo de la gran diosa Diana o Artemisa. Sin embargo, este monumento religioso había sido muy venerado por todos hasta que fue destruido, justamente, la noche del 21 de julio del año 356 a.C., cuando un tal Eróstrato lo incendió, con el único propósito de ganar algo de fama.
Más adelante, en los tiempos de Pablo, otra vez se alzaba con todo su esplendor. Y el apóstol llegó a esa ciudad para predicar a Cristo e hizo tambalear las Costumbres locales. Como vimos en el texto clave de hoy, para algunos la religión era un negocio. Demetrio, el platero que vendía estatuillas de Diana, estaba preocupado por su negocio, y por el descrédito en el que pudieran caer la diosa y su templo. Por eso, en el anfiteatro de la ciudad, una turba enfurecida gritó por dos horas «grande es Diana de los Efesios» (Hecha 19:34).
La emoción de aquel lunes de febrero fue enorme. Y también enorme la decepción al ver cómo es ahora el templo de Diana: en un extenso campo vació, solo se alza una (sí, una) columna. Y ni siquiera es la original del templo, sino que está formada por los fragmentos de otras partes del templo que se encontraron allí.
Hoy puede ser un día histórico. No malgastes tu dinero, tus talentos y tu tiempo en las cosas vanas y pasajeras de este mundo. Inviértelo en las cosas de Dios, Pues hasta los monumentos más grandes quedarán reducidos a la nada.
«Debemos entregarnos completamente y sin reserva a Dios, apartarnos del amor al mundo y a las cosas terrenales, o no podremos ser discípulos de Cristo» (Elena G de White, Testimonios para la iglesia, t. 1, 159). PA