«Tenía entonces toda la tierra una sola lengua y unas mismas palabras» (Génesis 1 1:1).
El 26 de julio de 1887 fue un día histórico. En Varsovia, Polonia, se publicó el libro en el que el doctor Lázaro Zamenhof hizo pública su propuesta de una lengua internacional, conocida con el nombre de esperanto.
Creado para servir como idioma auxiliar internacional, es decir, como segunda lengua de comunicación (después del idioma natal), el esperanto extrajo su Vocabulario de muchos idiomas, como el latín, el italiano, el francés, el alemán y el inglés.
En la actualidad, se estima que este idioma cuenta con entre 100 mil y 2 millones de hablantes; no obstante, no ha alcanzado todavía las expectativas de su creador de convertirse en una segunda lengua universal hablada en masa.
En el mundo ideal de Dios, todas sus criaturas hablaban el mismo idioma. Si en Génesis 3 apareció el pecado; en Génesis 4, el asesinato; y en Génesis 6 al 8, el diluvio debido a la maldad de los hombres; en Génesis 1 1 aparece otro hecho que nos degrada como seres humanos: la imposibilidad de comunicarnos correctamente. Los incidentes ocurridos en la torre de Babel dan cuenta de ello. Surgida como un desafío a la promesa de Dios (que indicaba que no volvería a ocurrir un diluvio), los talentosos pero orgullosos hombres emprendieron una empresa ciclópea: una torre que llegara hasta el cielo. Pero Dios confundió sus lenguas, y la edificación se detuvo (Gén. 11:7-9).
Desde entonces, los problemas de comunicación entre nosotros se han incrementado notablemente. Los malentendidos, los chismes, las mentiras, los comentarios fuera de lugar, son parte de nuestra experiencia cotidiana. Vivimos en una Babel donde cada vez hay más medios de comunicación pero estamos más incomunicados.
Hoy puede ser un día histórico si aprendes a entablar sanas comunicaciones con Dios y con los demás. Sé sincero, habla claramente y satura tu lenguaje del amor divino. Si lo haces, estarás mejor preparado para el Reino de los cielos, donde nuevamente hablaremos un idioma, sin diferencias ni confusiones.
«El poder transformador de Dios descenderá a todos los que procuren la paz de Jesucristo Él pone sus estatutos en sus mentes y los graba en sus corazones. Su conversación será impulsada por el Salvador que mora en el alma Sus corazones anhelan a Dios, En su conversación, les encanta meditar en su misericordia y bondad, puesto que para ellos él es completamente amoroso. Aprenden el idioma del cielo, el país de su adopción» (Elena G. de White, Alza tus Ojos, P’